40 años de la Guerra de Malvinas: entre patriarcado y tortura
Existen cuestiones de profunda relevancia que en los últimos años comenzaron a ser integradas al relato histórico sobre este conflicto en el Atlántico Sur: el rol de las mujeres en la guerra y las frecuentes torturas sufridas por soldados a manos de sus superiores durante la guerra. En esta nota te lo contamos. | Imagen: Ámbito Financiero
Por Fernando Ortiz Sosa
Hay numerosos ejemplos en la historia mundial de la invisibilización del rol de la mujer en hechos decisivos, y el caso Malvinas no es excepción. No es ningún secreto que a la historia la escriben los vencedores, en su mayoría hombres.
Este 2 de abril se cumplen cuarenta años del intento de recuperación por parte de la Argentina de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, desatándose un conflicto bélico con la potencia que mantenía (y aún mantiene) usurpada las Islas: Gran Bretaña.
En aquella ocasión, cerca de 10.000 soldados argentinos participaron de la guerra, pero en todo el país fueron movilizadas más de 20.000 personas entre militares y civiles. Del total de combatientes, fallecieron 649 argentinos y 255 británicos en los 74 días que duraron las hostilidades. En el caso de nuestros veteranos, se habla de más de mil ex combatientes que se suicidaron durante los cuarenta años posteriores a la finalización del conflicto.
La historia del origen del reclamo argentino sobre las islas; como así también los distintos sucesos que culminaron con la orden de desembarco ese 2 de abril y el posterior desenlace del conflicto, son materia de análisis permanente en nuestro país y, sobre eso, hay mucho y buen material de consulta.
Es por eso que, en la presente nota, intentaré abordar algunas cuestiones que en los últimos años comenzaron a tomar mayor relevancia y que necesariamente deben ser integrados al relato histórico sobre el conflicto en el Atlántico Sur: La cuestión de las veteranas de guerra, por un lado, y las torturas sufridas por soldados argentinos a manos de sus superiores, durante los días del conflicto.
Una historia silenciada
No es ningún secreto que a la historia no sólo la escriben los vencedores, sino que estos también (y aunque haya vencidos escribiéndola) suelen ser, en su mayoría, hombres. La revitalización de los movimientos feministas, acompañado por esa imperiosa necesidad revisionista de no conformarse con la letra muerta de la historia escrita según los intereses de algunos; ayudaron poner en la mesa de discusión el rol de las mujeres en la gesta malvinense, permitiendo darles el nombre que corresponde: Veteranas de Guerra.
Durante los 74 días que duró el conflicto, muchas mujeres jugaron un papel fundamental cumpliendo el rol de enfermeras, instrumentadoras quirúrgicas o especialistas en terapia intensiva. También hubo algunas, que se especializaban en idioma inglés, que tuvieron un activo rol en puestos de escucha, traducción e inteligencia.
Entre las que estuvieron ligadas a tareas sanitarias, algunas contaban con el grado de cabo pertenecientes a la Fuerza Aérea, mientras que el resto eran civiles; todas ellas como personal a bordo de aviones que transportaban heridos de las islas al continente, como personal de buques mercantes o incluso como parte de operaciones de inteligencia.
Alicia Panero, escritora y periodista argentina, editó un libro llamado Mujeres Invisibles, en el año 2014 que reúne testimonios de aquellas veteranas que al momento del conflicto contaban con entre 15 a 30 años de edad, son las que recibían a los heridos y contenían emocionalmente a los soldados hasta tanto pudieran ser evacuados e internados en hospitales del continente.
Muchos nos preguntamos por qué había niñas de entre 15 y 16 años enlistadas como enfermeras durante la guerra. Eso se explica en el libro de Panero cuando afirma que en aquellos años, la Armada había abierto un curso para que las mujeres ingresaran a la carrera de enfermería durante el secundario. Cuando estalló la guerra, muchas de ellas fueron convocadas a prestar servicio.
Siempre destacamos la valentía de esos pibes de 18 o 19 años, conscriptos que apenas habían tenido la instrucción necesaria, muchos de ellos de zonas templadas del país yendo a combatir contra un enemigo mejor alimentado y equipado en temperaturas de varios grados bajo cero.
Ahora nos imaginemos una mujer de 15 años recibiendo a un soldado herido y gritando por asistencia mientras escuchaban el estruendo de explosiones de artillería. Atendieron heridos con los dedos de los pies congelados a los que había que amputar, con heridas de munición o metralla. Algunas de ellas cuentan que, si se largaban a llorar por semejante espectáculo, les hacían una reprimenda.
Las veteranas no sólo sufrieron con el peligro que encierra una guerra en sí misma, sino que allí también, en el sur, continuaron luchando contra un enemigo mucho más antiguo que el imperio británico y también, más implacable: el patriarcado.
El maltrato y el acoso que sufrieron por parte de los hombres en el puesto de trabajo, era una constante. En el libro de Panero cuentan que algunas de ellas fueron aisladas del resto por que las mujeres traen mala suerte. El maltrato, abuso verbal y acoso sexual fueron también un enorme problema con el que las veteranas tuvieron que lidiar, sin más defensa que la unión entre ellas mismas. En ese campo de batalla no hay antiaéreos, no hay trincheras, no hay aliados; sólo agresores y agredidas. Una de ellas cuenta que fue violada en reiteradas veces.
Luego de terminado el conflicto, no se les proporcionó atención médica o psicológica y estuvieron aisladas sin poder comunicarse con sus familias durante varios días. Muchas de ellas fueron deliberadamente censuradas por el Ejército para que no hablaran del estado deplorable en el que volvían los soldados; todo para que coincida con el relato ficcional que la dictadura en complicidad con los medios de comunicación habían elaborado para distorsionar la realidad.
Nada es casual, sino más bien, todo es causal. Las mujeres fueron omitidas deliberadamente de esa reconstrucción colectiva de los hechos y del imaginario sobre la guerra. De las más de 24 mil pensiones que se pagan a ex combatientes, las que le son abonadas a mujeres no llegan a la decena. ¿La excusa? Una legislación deficiente que recorta ese “universo” al que se le dio a llamar veteranos de Malvinas. Cuando se cumplieron treinta años de la guerra, sólo recibieron una medalla que se las enviaron por correo a sus domicilios.
El libro de Panero, que puede descargarse gratis en este LINK , permitió darle voz a muchas que sufrieron décadas de silenciamiento y machismo que desvalorizaba la palabra de la mujer. Por eso, al momento de rendir homenaje a quienes combatieron en las islas, es necesario que cambiemos nuestro discurso para crear una realidad acorde a la historia: Gloria y Honor a las veteranas y veteranos de Malvinas.
Estaqueados en el frío
La guerra de Malvinas, en nuestro país, se llevó a cabo en el contexto de la más sanguinaria dictadura militar que gobernaba el país desde el 24 de marzo de 1976, y al momento de inicio de hostilidades, ya habían pasado por la “presidencia” del país dos militares: Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola.
El tercero, Leopoldo Fortunato Galtieri asumió la presidencia tras un golpe interno el día 22 de diciembre de 1981. Se quedaría en el poder hasta el 17 de junio de 1982, tres días después de la rendición argentina firmada en Puerto Argentino.
La sucesión de presidentes de facto no cambió una de las principales políticas que tenían los gobiernos militares: la tortura. Eso es lo que denuncian, muchos años después un grupo de ex combatientes que se animaron a sacar a la luz una verdad que se ocultó durante décadas.
Varios de los soldados argentinos que sobrevivieron al conflicto, relataban lo que muchos ya sabemos, pero que el discurso oficial se empeñó en encubrir durante todos estos años: las condiciones en las islas eran vergonzosas. Los militares les hicieron pasar hambre y frío, no proporcionaron el armamento correcto y como si fuera poco, sufrían permanentes vejaciones y torturas muchos de ellos.
En la actualidad existen causas judiciales a raíz de diversas denuncias realizadas por ex combatientes, en donde se señala a militares de mayor rango por torturar soldados durante la guerra, siendo estos delitos de lesa humanidad.
El abogado Pablo Vassel, ex Subsecretario de Derechos Humanos de Corrientes, y uno de los denunciantes en la causa judicial que se tramita, quedó impactado luego de una escena de la película Iluminados por el Fuego de Tristán Bauer, donde se mostraba el castigo a un soldado consistente en acostarlo en el fango helado, con sus pies y brazos en cruz, dejándolo allí toda la noche. Todo por robar una oveja y así paliar su hambre y el de sus compañeros.
En su recorrida y entrevistas a ex combatientes, pudo recopilar numerosos testimonios; sea de víctimas de tortura o bien testigos. Hay que entender que, a cuarenta años, aún existe miedo en muchas personas que sufrieron semejantes vejaciones.
Tal como lo muestra el film, la tortura más usual era el estaqueo en la intemperie, a veces semi desnudos, otras veces vestidos. Algunos se realizaban, incluso, en medio de cañoneo enemigo. Pero no era el único medio, también se realizaban “enterramientos” donde los soldados quedaban sólo con su cabeza fuera de la tierra.
Un dato interesante: este último método de tortura lo usaban los oficiales del ejército de Roca en la campaña del desierto del Siglo XIX. Uno de los mayores genocidios de la Argentina moderna.
La picana eléctrica, tal como lo hacían sus compañeros oficiales en el continente cuando secuestraban y torturaban militantes políticos o sociales, no estaba ausente. A las víctimas se las descalzaba, se les mojaba los pies y con el teléfono de campaña se accionaba una pequeña manivela para generar una descarga eléctrica en el medio del campo.
Vassel asegura que la causa de la mayoría de estos castigos era ocasionada tras acciones de los soldados para saciar su hambre extrema. Sin embargo, no fue la única causa: soldados que eran torturados al grito de judío de mierda por profesar dicha religión; o bien muchos otros por pertenecer a pueblos originarios como los qom o moqoit y venían del Chaco o Formosa; generalmente motivadas por el analfabetismo o el escaso conocimiento del castellano.
Como si eso fuera poco, en 2015 la monárquica Corte Suprema de Justicia de la Nación, luego de una demora de más de tres años, emitió un vergonzoso fallo de – literalmente – tres renglones, cerrando un tramo de la investigación.
El famoso Informe Rattenbach (1), desclasificado en el año 2012, eliminó el secretismo de muchos legajos de oficiales y suboficiales que participaron del conflicto y eso permitió acceder a numerosos eventos que se encontraban denunciados y que nunca habían sido tratado.
En el año 2021 se promovió en todo el país la campaña: Yo también hablo, para instar a ex combatientes a que denuncien vejaciones y tortura durante la guerra. Hoy, la causa se sigue tramitando, teniendo ex militares imputados y varios más investigados a medida que aparecen nuevos testimonios.
Memoria completa
En la actualidad, el mundo está conmocionado por una guerra que tapó a todas las demás que se suceden permanentemente y desde hace años en el mundo. Los conflictos bélicos siempre son padecidos por el pueblo llano, que ya de por sí, cuando no hay guerra bélica, lucha una permanente batalla contra una economía excluyente y hambreadora.
En Malvinas los Generales, Capitanes, Mayores o Tenientes no sufrían hambre ni frío. El conscripto correntino que aprendió a usar un FAL en Puerto Argentino luego del desembarco, se moría congelado y de hambre. No tenía opción de procurarse su propia comida, por que terminaba estaqueado o enterrado como si estuviera aún en el Siglo XIX.
Cuando caían heridos o con sus miembros inferiores congelados a punto de necesitar amputación, eran recibidos por las enfermeras que hasta hoy no son reconocidas como veteranas. En medio de bombardeos o fuego de artillería, en algún buque en el mar bajo riesgo de correr la misma suerte del ARA General Belgrano, o en algún Hércules por aire, bajo el peligro de los modernos Sea Harrier de la marina inglesa.
Ninguno de ellos: ni las mujeres acosadas e invisibilizadas, ni los soldados heridos, hambreados y torturados; tuvieron el recibimiento en el país que se merecían. Fueron aislados y escondidos. Eran la vergüenza de la plana mayor del ejército que gastó su última bala en una guerra que estaba perdida de antemano.
Y estaba perdida, no por la falta de valor de nuestros soldados rasos (mucha oficialía decía eso), sino porque nos embarcamos en un conflicto con la que era la tercera fuerza militar planetaria, con el mayor despliegue marítimo del mundo, con armas nucleares apuntando a lugares como Buenos Aires o Córdoba.
Por qué contaban con todo el apoyo de la OTAN y sobre todo de los EE.UU. que guardó y olvidó en algún cajón el tratado que ellos mismos impusieron a todo el continente americano, como es el TIAR.
La guerra estaba perdida también por la misma dictadura militar, que en el continente secuestró, torturó y desapareció a 30.000 personas, que provocó que miles más se exiliaran y que, en las islas, se encargó de hambrear a soldados, de estaquearlos y hasta de asesinar algunos.
Mientras tanto, aquí, en Argentina, se llegaron a juntar 54 millones de dólares, para que “a nuestros chicos no les falte nada”. No se sabe a donde fue a parar ese dinero. Ni una barra de chocolate, guiso o frazada llegó a los soldados. Tampoco se dedicó a comprar armamento. Los lingotes de oro que se habían mandado a fundir de todas las joyas recolectadas, nunca tuvieron destino cierto y nadie fue imputado o juzgado por ello.
Es por eso que, al cumplirse los 40 años desde el inicio de la guerra, nuestra memoria debe estar completa. El discurso de Malvinas fue reivindicado en las últimas décadas; pero el reconocimiento nunca fue completo.
El honor y amor por la patria demostrado por muchos soldados, debe dejar ser parte de un imaginario abstracto en la población. La cuestión del reclamo de soberanía debe ser una política de estado que supere cualquier tipo de grieta.
A muchos nos gusta leer sobre la valentía de los pilotos volando a pocos metros del mar para evitar el radar enemigo, arriesgando su vida para cumplir la misión. O las cientos de historias de camaradería entre las tropas.
Pero también tenemos que ser conscientes de que muchos y muchas fueron invisibilizados. Desde esas niñas de 15 o 16 años que contenían los llantos mientras consolaban a pibes de 18 años ametrallados o mutilados; hasta las historias de tortura que sufrieron muchos simplemente por la desesperación de poder contener el hambre atroz a los que fueron sometidos.
Como relatara Carlos Giordano, ex combatiente, docente e investigador de la Facultad de Periodismo y Comunicación de la UNLP:
“no hemos sido nosotros los que pasamos a secreto el Informe Rattembach, no fuimos nosotros los que le robamos las fotos del Belgrano hundiéndose al Teniente Sgut y se la vendimos a la Revista Gente o a Newsweek… no fuimos nosotros los que publicamos el Libro Azul, también conocido como el informe Calvi, no hemos sido nosotros los que nos hemos auto condecorado en cualquier cuartel, en cualquier fecha; no hemos sido nosotros los que demandamos el rótulo de “héroes de Malvinas” mientras extorsionábamos a los gobiernos democráticos por Obediencias Debidas y Puntos finales, leyes que nada tenían que ver con Malvinas… no hemos sido nosotros los que negamos lo que los propios ingleses confesaron, los fusilamientos de guerra, los actos de cobardía… no hemos sido nosotros los que, indultados, seguimos cobrando cuanto beneficio esté al alcance de la rapiña personal o los privilegios del poder en las sombras del arresto domiciliario”.
(1) El Informe Rattenbach fue el resultado del trabajo encomendado por el último presidente de facto del Proceso de Reorganización Nacional y desarrollado entre diciembre de 1982 y septiembre de 1983, para investigar las responsabilidades de quienes condujeron el conflicto sudatlántico de 1982 con el Reino Unido. Puede accederse a el desde aquí: https://www.casarosada.gob.ar/pdf/InformeRattenbach/01-InformeFinal.pdf