India y Turquía en América Latina: potencias intermedias, dilemas latinoamericanos

Inversiones, puertos, cooperación técnica y diplomacia activa: así es como India y Turquía avanzan en la región, desafiando viejos esquemas de poder.
Por Matías Martínez González.
En este nuevo ajedrez global, las potencias medias también saben mover sus piezas. Y América Latina, en lugar de ser solo tablero, podría aspirar a convertirse, por fin, en jugador.
Durante siglos, América Latina ha sido un escenario periférico donde se proyectan los intereses de potencias extranjeras. Primero fue el colonialismo ibérico, luego la hegemonía estadounidense, y en las últimas décadas, la expansión económica de China. Cada actor ha operado bajo distintos métodos, pero con un mismo objetivo: condicionar el rumbo político, económico y social del continente.
Sin embargo, esa lógica de dominación externa parece estar en mutación. América Latina no dejará de ser un espacio de competencia global, pero en este nuevo ciclo emergen actores inesperados: potencias intermedias como India y Turquía.
Tanto Nueva Delhi como Ankara han intensificado su presencia en América Latina mediante una estrategia que combina pragmatismo comercial, cooperación técnica y diplomacia activa. Si bien aún no rivalizan directamente con Washington o Pekín, su accionar apunta a consolidar una inserción estable y autónoma, fuera de los marcos tradicionales de influencia. Y, al mismo tiempo, responden a sus propias necesidades de crecimiento: expansión industrial, acceso a materias primas, y afirmación como referentes del Sur Global.
Movimientos discretos, ambiciones claras
En julio de 2023, una delegación del Ministerio de Defensa de Turquía aterrizó en Caracas para ampliar la cooperación militar con Venezuela. Ese mismo mes, India y Brasil firmaron un acuerdo para desarrollar software en el sector salud. Pese a que estos hechos no coparon titulares, ilustran una tendencia clara: América Latina se ha convertido en un espacio de interés para potencias medias que buscan diversificar sus alianzas y expandir su influencia sin replicar modelos de dominación colonial.
Ambos países comparten una agenda del sur global, canalizada a través de bloques como BRICS o foros como la CELAC. Su narrativa apuesta a una relación «entre iguales», marcada por la cooperación tecnológica, energética y cultural, más que por la imposición. Aunque es pronto para evaluar si esto implicará una relación menos asimétrica, la tendencia merece atención. Estas potencias no llegan a América Latina con portaaviones ni bases militares, sino con inversiones, proyectos conjuntos y acuerdos técnicos.
El trasfondo geopolítico también es ineludible: en un mundo que transita desde un orden unipolar hacia uno multipolar —y cada vez más fragmentado— las potencias intermedias no solo ocupan vacíos, sino que intentan crear nuevos espacios de acción. En ese marco, India y Turquía no solo buscan recursos o mercados; buscan reconocimiento, proyección y un lugar propio en la arquitectura global del siglo XXI.
India: litio, petróleo y liderazgo técnico
Con más de 1.400 millones de habitantes y una creciente necesidad de recursos, India ha vuelto su mirada hacia América Latina como proveedor estratégico. Empresas como KABIL y Coal India han firmado acuerdos clave en Argentina, Chile y Bolivia. En 2022, Nueva Delhi accedió al arriendo de cinco bloques de litio en Catamarca, y desde entonces ha expandido operaciones a Salta. Con Chile, acuerdos entre Codelco e Hindustan Copper, y negociaciones con el Grupo Adani, apuntan al suministro sostenido de cobre y litio, insumos cruciales para la transición energética y el desarrollo de tecnologías limpias.
En Bolivia, aún sin acuerdos definitivos, se han iniciado conversaciones bilaterales para evaluar exploraciones conjuntas en el sector del litio, mientras que en Guyana, la reciente bonanza petrolera ha despertado el interés de empresas indias en el desarrollo de hidrocarburos, impulsado por las necesidades crecientes de energía en el subcontinente.
El primer ministro de la India, Modi (izquierda), y el brasileño Lula son los arquitectos del realineamiento entre los dos países. Fuente: DW.
Brasil ha sido otro eje estratégico para Nueva Delhi. Inversiones por más de USD 1.000 millones en agroquímicos en São Paulo, más de USD 2.000 millones en programas de intercambio técnico-cultural (ITEC), y alianzas con Petrobras para la exportación de crudo hacia Bharat Petroleum, consolidan una relación de largo plazo. Además, firmas como TATA y Royal Enfield ya producen y exportan desde Río de Janeiro al resto del Mercosur.
Detrás de estos vínculos comerciales hay una agenda más amplia: India no quiere ser solo un socio económico, sino un líder simbólico y político del sur global. Por eso promueve activamente foros de cooperación Sur-Sur, apoya la reforma de organismos multilaterales, y defiende una nueva arquitectura financiera internacional. En ese marco, su acercamiento a América Latina tiene una lógica estratégica de largo plazo, y no solo económica.
Turquía: puertos, armas y diplomacia activa
El caso turco presenta una lógica diferente pero complementaria. Ankara ha centrado su estrategia en dos grandes frentes: la conectividad y la defensa. La empresa Yildport ha modernizado puertos clave como Acajutla (El Salvador), Puerto Bolívar (Ecuador), Paita (Perú) y Puerto Quetzal (Guatemala), reforzando una red comercial que va desde México hasta Chile. Turkish Airlines, por su parte, ha consolidado rutas aéreas regulares con Brasil, México, Cuba, Colombia, Panamá, Venezuela y Chile.
En materia militar, Turquía ha firmado acuerdos de defensa con Chile, Brasil, Argentina, Ecuador, Colombia y El Salvador. La empresa ASELSAN, líder en tecnología bélica, abrió en 2024 su primera oficina en Santiago, marcando un punto de inflexión en su estrategia regional. Ankara no sólo vende armas, también ofrece cooperación técnica, modernización de sistemas y capacitación militar. En muchos países, sus equipos están reemplazando antiguos sistemas de origen estadounidense o soviético, lo que implica una lenta pero efectiva sustitución de dependencia tecnológica.
A esto se suma una intensa diplomacia humanitaria. La agencia TIKA ha ejecutado cientos de proyectos en educación, agricultura, salud y desarrollo comunitario en toda la región. Turquía ya cuenta con 17 embajadas, 9 oficinas comerciales y estatus de observador en la OEA. Además, ha impulsado becas educativas, misiones técnicas y actividades culturales para profundizar su inserción “blanda” en las sociedades latinoamericanas.
Este enfoque híbrido —comercial, militar, humanitario— responde a la doctrina de política exterior del presidente Erdogan: una “autonomía estratégica” que busca equilibrar la pertenencia a la OTAN con una proyección autónoma hacia África, Asia Central y América Latina. En ese contexto, Latinoamérica aparece como una región donde Turquía puede proyectarse sin grandes rivalidades y con bajo costo político.
Reconfiguración silenciosa, dilemas profundos
¿Estamos ante una reconfiguración estructural del sistema internacional? No aún, pero sí frente a un nuevo mapa de alianzas posibles. América Latina, históricamente atada a las decisiones de Washington y más recientemente a los flujos financieros de China, hoy comienza a tejer vínculos más diversos. Esta diversificación no equivale a autonomía, pero sí puede abrir márgenes de maniobra en sectores críticos: energía, defensa, tecnología, salud, conectividad.
Sin embargo, estos nuevos vínculos también traen dilemas. ¿Qué tipo de inversiones se priorizarán? ¿Se respetarán los marcos regulatorios ambientales y laborales? ¿Habrá transferencia tecnológica o solo extracción de recursos? La experiencia latinoamericana ha sido, en muchos casos, la de una integración subordinada. Evitar que eso se repita con nuevos socios dependerá de las decisiones políticas que se tomen desde dentro.
Tampoco puede obviarse que ni India ni Turquía están exentas de tensiones internas ni contradicciones externas. En India, el nacionalismo hindú ha tensionado su política exterior, mientras que en Turquía, las tensiones con Europa y su ambigua relación con Rusia complejizan su imagen internacional. En otras palabras, América Latina debe mirar con realismo: ni aliados incondicionales, ni salvadores. Solo actores en competencia.
Una oportunidad (si se sabe aprovechar)
India y Turquía no vienen a reemplazar a Estados Unidos o China, sino a insertar nuevas lógicas de competencia y colaboración. No prometen ideologías ni modelos de desarrollo cerrados. Su atractivo radica en su pragmatismo: hacen negocios, ofrecen cooperación y construyen vínculos sostenidos en el tiempo. Frente a la dependencia estructural del continente, esta nueva triangulación geopolítica ofrece una oportunidad, aunque no exenta de riesgos.
El desafío para América Latina será evitar caer nuevamente en relaciones asimétricas, ahora con nuevos actores. La posibilidad de diversificar socios, acceder a tecnología, financiamiento e inversión, abre puertas que pueden contribuir a una mayor autonomía regional. Pero como siempre, todo dependerá de la voluntad política y la capacidad estratégica de sus gobiernos. Porque en este nuevo ajedrez global, las potencias medias también saben mover sus piezas. Y América Latina, en lugar de ser solo tablero, podría aspirar a convertirse, por fin, en jugador.
Consecuencias geopolíticas: hacia un orden más fragmentado
La consolidación de este triángulo geopolítico entre América Latina, India y Turquía tendrá implicancias más allá del plano económico. Por un lado, modifica los equilibrios de poder dentro de los foros multilaterales, dando mayor protagonismo a bloques como los BRICS+, la CELAC o el G20. La ampliación de los márgenes de negociación frente a Occidente, y también frente a China, podría traducirse en posiciones más soberanas en temas estratégicos como el cambio climático, la regulación tecnológica, la gobernanza financiera y el acceso a vacunas o energía.
Por otro lado, la inserción de potencias intermedias también incrementa el riesgo de sobreexposición de la región a múltiples tensiones geopolíticas simultáneas. La competencia entre proveedores de armamento, el uso de la infraestructura logística con fines duales (civiles y militares), o los intereses cruzados en minería estratégica y petróleo, pueden convertirse en vectores de inestabilidad si no existen mecanismos de gobernanza regional sólidos.
América Latina, entonces, se ve ante un doble horizonte: puede transformarse en una bisagra geoestratégica del sur global, articulando nuevas rutas de cooperación transversal; o quedar atrapada en una lógica de fragmentación funcional, en la que cada país negocie por separado, debilitando el conjunto. En ambos escenarios, la irrupción de India y Turquía ya no es un pronóstico: es una realidad en expansión.