La antipolítica: la política de los idiotas

Este artículo analiza cómo la desafección política y el apoliticismo declarado por parte de amplios sectores de la ciudadanía no solo es síntoma, sino también motor del debilitamiento democrático, abriendo paso a liderazgos verticales, tecnocráticos o mesiánicos.
Por Jenifer Paola Samaniego Huayanay.
El mayor triunfo de la antipolítica no es el rechazo a los políticos, sino el convencimiento de que la política ya no sirve. Cuando el poder logra que renunciemos a decidir, ya ha ganado.
Introducción
En un contexto donde los políticos democráticos incumplen sus promesas, la desilusión popular se intensifica, creando un ciclo de frustración que socava la confianza de los ciudadanos en los partidos y en el sistema político en general. Este desencanto se traduce en un desinterés creciente por participar en los asuntos públicos, además de generar una hostilidad hacia las ideologías dominantes y las instituciones políticas que se perciben como responsables de esta situación.
Este fenómeno se ve reflejado en un proceso de despolitización de la vida pública, iniciado por los propios políticos, que han dejado áreas clave de la política a merced de los intereses globales y las políticas neoliberales. La falta de alternativas y la sensación de impotencia ante la globalización contribuyen al desengaño de los ciudadanos, que perciben el vacío de poder como una deserción por parte de los políticos en temas que afectan directamente a sus vidas.
La oclocracia, también conocida como gobierno de la turba o gobierno de la multitud, se refiere a un sistema político en el que el poder reside en la muchedumbre, a menudo caracterizado por la violencia y la falta de control de la ley. Es un tipo de gobierno que se considera antidemocrático, ya que puede llevar a decisiones impulsivas y a la opresión de las minorías.
Lo que antes era una crítica centrada en la desconexión entre gobernantes y gobernados, se ha transformado en una nueva división: la de los «buenos ciudadanos» frente a los «políticos corruptos». La retórica de que el pueblo podría gobernarse mejor sin la intervención de políticos profesionales se refuerza cada vez más, alimentando la desconfianza hacia el sistema democrático. Este cambio de paradigma cuestiona la relevancia de la política tradicional y fomenta una visión de la política como un obstáculo en lugar de una herramienta para el bienestar común.
La figura del ciudadano apolítico: entre la indiferencia y la desinformación
Caracterizamos aquí al ciudadano que “no se mete en política”: es alguien que prefiere evitar el tema porque hablar de política es una forma segura de meterse en problemas, discutir, generar enemistades o rupturas familiares. Más allá del respeto de ideas, si no hay ecuanimidad o empatía, puede acabar en un rompimiento de lazos o en conflicto.
Otros optan por hablar de política de forma superficial, sin profundizar ni reflexionar sobre la realidad del país. Aquí es clave diferenciar entre el apolítico y el antipolítico: el primero representa la indiferencia voluntaria, un retraimiento del debate público; mientras que el segundo rechaza activamente el sistema político, deslegitima a sus actores e incluso puede fomentar discursos de odio o propuestas autoritarias.
Ambas figuras —el apolítico y el antipolítico—, aunque con grados distintos de intensidad, debilitan la democracia desde ángulos diferentes. La apatía del primero abre espacio a la manipulación y el oportunismo; la rabia del segundo puede dinamitar las bases institucionales sin ofrecer alternativas viables.
Ejemplos actuales como el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner o el asalto en Brasil son manifestaciones de cómo la antipolítica se convierte en un peligro real. La verdadera antipolítica es la que convierte al adversario en un enemigo, rompe reglas comunes y legitima la violencia.
Rechazo a la política: ¿una crisis silenciosa?
Hablar de política se vuelve, para muchos, un asunto denso, complejo o incómodo. Se percibe como un mundo lejano al entendimiento común, algo ajeno al ciudadano de a pie. Sin embargo, lo que muchos no advierten es que ser antipolítico también es una forma de ejercer la política: una manera de desarrollarla, incluso si es desde el rechazo.
La desafección política es uno de los factores que explican por qué la democracia se mantiene endeble, e incluso inexistente, en ciertos países. En contextos donde la oclocracia gana fuerza, la definición misma de nación se debilita. La identidad y la participación ciudadana se desdibujan por la falta de involucramiento y de educación cívica.
La desinformación también contribuye al vaciamiento democrático. No nace de una imposición externa, sino de una elección voluntaria. A su vez, esta falta de información facilita la manipulación: sin conocimiento, es difícil cuestionar lo establecido.
Voto emocional, voto reactivo, voto “anti”: consecuencias del desgano democrático
La antipolítica no solo se expresa en la apatía o el retraimiento, sino también en decisiones emocionales en las urnas. En lugar de evaluar programas o plataformas, muchos ciudadanos votan por rechazo o catarsis, como una válvula de escape ante la frustración acumulada. El voto se convierte así en una herramienta reactiva, más que reflexiva.
Esto explica el auge de figuras outsider o nuevos partidos, impulsados más por el descontento con la política tradicional que por la solidez de sus propuestas. La antipolítica genera un entorno fértil para el ascenso del populismo, que encuentra eco en sectores hastiados de la ineficacia o corrupción de los actores tradicionales.
¿La política es cada día más emocional? | Imagen: Revista Anfibia.
La consecuencia de este clima es que la democracia se ve sustituida por una especie de concurso de popularidad: gana quien más canaliza el enojo, no necesariamente quien está mejor preparado para gobernar. La política se empobrece, se polariza, se convierte en espectáculo, y la ciudadanía pierde aún más confianza en el sistema.
En este escenario, la antipolítica deja de ser una excepción para convertirse en norma, consolidando un ciclo en el que el desprecio por lo político alimenta a líderes que lo instrumentalizan, y estos, a su vez, profundizan ese desprecio con su accionar.
¿Es posible hablar de antipolítica dentro del sistema político?: una paradoja
Aquí se explora una contradicción importante: figuras políticas que usan un discurso antipolítico mientras participan activamente del sistema. Teóricos como Beveridge y Featherstone señalan que la antipolítica no busca destruir la política, sino reconfigurarla, a través de nuevas formas o espacios alternativos (contrapolítica). Es decir, no es ausencia de política, sino otra manera de hacerla.
Ejemplos actuales como Jair Bolsonaro, Javier Milei o José Antonio Kast ilustran cómo ciertos estilos políticos son tildados de antipolíticos por sectores que simplemente los rechazan, aunque no necesariamente busquen anular la política. El texto deja claro que la antipolítica, en su sentido más peligroso, aparece cuando se busca destruir el campo político o radicalizar el antagonismo.
Por eso, es clave redefinir la antipolítica y no reducirla a una caricatura. No todo lo que incomoda al establishment político es antipolítico en esencia. Comprender sus matices y paradojas permite distinguir entre quienes desean transformar las reglas del juego desde adentro y quienes pretenden desmantelarlas sin alternativa.
Cuando la antipolítica sí es peligrosa: del adversario al enemigo
El verdadero riesgo emerge cuando la antipolítica deja de ser una forma de impugnación democrática y se convierte en un discurso de odio que destruye el pacto político. Cuando el adversario es percibido no como alguien con quien se disiente, sino como un enemigo a eliminar, se rompe el marco común de reglas, deliberación y respeto.
Ejemplos como el intento de asesinato a Cristina Fernández en Argentina, el asalto al Capitolio en Estados Unidos y los disturbios en Brasil en 2023 muestran cómo esta lógica antipolítica lleva al extremo la polarización, erosionando los pilares institucionales.
Como advierte el historiador David A. Bell, «la mayor amenaza para la democracia ha venido precisamente del rechazo de la propia política». Esta frase adquiere más fuerza en contextos donde la antipolítica se disfraza de reforma o justicia moral, pero en el fondo excluye el disenso y absolutiza su visión.
Bell identifica cuatro corrientes contemporáneas que socavan el pluralismo democrático desde distintos ángulos: la tecnocracia, el fundamentalismo del libre mercado, el populismo trumpista y el pensamiento woke. Todas ellas, aunque divergentes entre sí, tienden a eliminar del debate público a quienes no comparten su visión. Esta dinámica alimenta una ciudadanía polarizada, desconfiada y cada vez más hostil al diálogo.
La espiral de la antipolítica
A medida que los políticos democráticos hacen promesas que no cumplen, la frustración de la ciudadanía se intensifica. Esta frustración se convierte en una desilusión profunda con los partidos políticos que, al incumplir sus compromisos, socavan la confianza de la población. Como resultado, los ciudadanos se alejan cada vez más de la política, participando menos en los asuntos públicos y mostrando mayor indiferencia hacia las instituciones políticas.
Este fenómeno se ve acompañado de un creciente rechazo hacia las ideologías dominantes, un rechazo alimentado por la percepción de que los políticos han abandonado áreas cruciales de la vida pública, promoviendo una reducción de la influencia política en temas vitales para la comunidad.
El proceso de despolitización es impulsado en parte por la globalización y la creencia, difundida por los propios políticos, de que no existe alternativa al modelo económico neoliberal. Este mensaje, sumado al desinterés de los políticos por participar activamente en los procesos de decisión que afectan directamente a la ciudadanía, refuerza la sensación de que los intereses del pueblo no son representados de manera efectiva.
La sensación de impotencia ante este panorama, alimentada por promesas incumplidas, ha generado una creciente tendencia antipolítica, que no solo cuestiona el neoliberalismo, sino que también pone en duda la legitimidad de todo el sistema político.
Conclusiones
- La antipolítica como fenómeno: La antipolítica no es solo un rechazo superficial, sino una manifestación del malestar generalizado hacia las instituciones y actores políticos. Este descontento, aunque legítimo, puede convertirse en un obstáculo si no se canaliza adecuadamente.
- El riesgo de la despolitización: Desprenderse por completo del sistema político, aunque tentador, puede llevar a una desconexión perjudicial con los procesos de cambio. El desinterés generalizado no contribuye a la mejora del sistema, sino que favorece su deterioro.
- La política como herramienta de transformación: A pesar de las frustraciones que pueda generar, la política sigue siendo el principal medio para modificar estructuras, promover el bienestar social y generar cambios concretos en la realidad que nos afecta.
- La importancia de una ciudadanía comprometida: La apatía solo facilita que las estructuras de poder sigan funcionando sin contrapesos. Es esencial que la ciudadanía se active y participe de manera consciente y constructiva.
- Revalorizar la política como medio para el bienestar común: La política no es un fin en sí misma, sino una vía para asegurar una vida más justa y digna. No participar es, en última instancia, permitir que las decisiones nos afecten sin tener voz.
Recomendaciones
- Participar en la toma de decisiones: Es fundamental involucrarse de forma activa en los espacios que permitan influir en el rumbo de las políticas, ya sea a través de actividades comunitarias, apoyo a propuestas o el ejercicio del voto. Esto debe hacerse de manera constante, con un enfoque en las áreas que más nos afectan.
- Exigir claridad y coherencia en las propuestas: Es vital que las propuestas que se presenten estén alineadas con las necesidades reales de la sociedad. Las soluciones deben ser claras, viables y accesibles, buscando siempre la mejora de las condiciones de vida de todos.
- Fomentar el compromiso cívico: La ciudadanía debe ser vista como una pieza activa en la democracia. Esto implica no solo votar, sino también participar en diálogos, apoyar iniciativas y promover un clima de debate saludable que favorezca el intercambio de ideas.
- Apoyar a quienes promuevan la integridad y transparencia: El apoyo a las propuestas y a los actores políticos debe ser guiado por los principios de transparencia y ética. Los ciudadanos deben ser críticos, pero también buscar aquellos que realmente reflejan sus valores y aspiraciones comunes.
- Reflexionar sobre la importancia de la democracia: Participar no solo es una responsabilidad, sino una oportunidad para fortalecer las bases democráticas. Ser conscientes del impacto que tienen nuestras decisiones y de lo que está en juego ayuda a garantizar que las estructuras democráticas sean más representativas y efectivas.