paro en ecuador

Del ajuste al autoritarismo: claves políticas del Paro en Ecuador

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp

La fiesta del Killa Raymi se transformó en una insurrección popular que desafía al poder oligárquico y militar. El paro en Ecuador no es una protesta más: es una batalla por el sentido mismo de la vida colectiva. 


Por Alejandro Ojeda Garcés.

Cada represión engendra redes de solidaridad: la fiesta que se transforma en resistencia.

Del ajuste al autoritarismo: claves políticas del Paro en Ecuador

Estamos en guerra. No lo digo a la ligera: es la constatación de un conflicto donde se dirimen no solo políticas públicas, sino el sentido mismo de la vida colectiva en el país. Coyuntura crítica en la cual se decide el horizonte que guiará nuestro caminar: ¿lograremos frenar la vía autoritaria que pretende reestructurar el Pacto de Dominación en Ecuador, o sucumbiremos en el intento?

¿Podremos impulsar un viraje democrático que permita soñar una vida digna, o nos paralizaremos frente al avance decidido de la dictadura de la oligarquía narco-bananera? No lo sabemos o, por lo menos, yo no lo sé. Todo lo que puedo hacer aquí es compartirles un par de reflexiones desde las trincheras.

Lo que hoy vemos en las calles no es un estallido aislado ni una protesta étnica más; es un gran sujeto político que nace de la mixtura —trabajadores, pueblos indígenas, estudiantes, feminismos, diversidades— y que ha decidido decir “basta” frente a una restauración oligárquica que avanza sin disimulo. Los grandes medios tradicionales de la derecha, con su vieja costumbre de reducir lo complejo a etiquetas cómodas, lo han llamado “el paro indígena”.

Militares en los exteriores de la Universidad Central del Ecuador, el miércoles 01 de octubre durante manifestación de estudiantes y artistas. Fotografía: Wambra medio comunitario.

Esa denominación tendenciosa no alcanza: silencia la acumulación de fuerzas sociales que ha desbordado los campos, las calles y las plazas en todo el Ecuador, e intenta invisibilizar el gran bloque popular antifascista que hemos logrado tejer. Por eso, entre nosotras y nosotros lo llamamos de otro modo: el Paro del Killa Raymi —la movilización que parte de la fiesta y la cosmovisión, que transforma el rito en insurrección y la esperanza en acción política.

La chispa formal de las movilizaciones la encendió la política económica —la eliminación de subsidios y el ajuste fiscal—, pero las causas son estructurales y antiguas. Este ciclo de conflictividad encuentra sus inicios en 2017, cuando el país experimentó un violento giro a la derecha; desde entonces, gobiernos sucesivos han implementado políticas de ajuste y acercamiento a los intereses financieros internacionales, principalmente del Fondo Monetario Internacional, perro guardián de los intereses del imperialismo (Hardt y Negri, 2000).

El giro a la derecha y la restauración oligárquica en Ecuador

En 2017 se pavimenta, desde la toma del Estado por parte de la derecha, el camino de sangre y cieno que nos lleva a explicar nuestro presente. Desde ahí inicia el desmantelamiento del Estado, las políticas de austeridad, la reducción de la institucionalidad estatal y el desfinanciamiento de servicios públicos, para redirigir recursos hacia los aparatos represivos.

Desde ahí también se fabrica el supuesto “conflicto armado interno” que hoy sufrimos, donde el abandono estatal dio rienda suelta a que los GDO (Grupos Delictivos Organizados) y los GDE (Grupos Delictivos Empresariales) se tomen territorios de vida y los conviertan en territorios de muerte.

En 2019, con el paquetazo de Lenín Moreno dictado por el FMI —que eliminó subsidios y encareció la vida—, estalló el Paro de Octubre. Once días de una cruenta lucha encabezada por el Movimiento Indígena Ecuatoriano, bajo la dirección de la CONAIE, que guió en la lucha a amplios sectores populares. La represión dejó 11 compañeros y compañeras muertos, más de mil heridos y no logró tumbar a Moreno. Pero sí marcó el retorno de la violencia estatal como forma de gobierno (Ramírez et al., 2020).

Tres años después, en junio de 2022, el gobierno del banquero Guillermo Lasso repitió el guion: paquetazo económico, militarización, criminalización y un discurso que presentó a las y los luchadores sociales como terroristas. ¿El saldo? Dieciocho días de resistencia, ocho muertos, miles de heridos y cientos de detenidos (Ospina, 2022). Ambos episodios mostraron la continuidad de un mismo modo de hacer política: el terror, el racismo y lo más violento del neoliberalismo.

Un solo bloque oligárquico subordinado a los intereses imperialistas representados por el FMI y la CIA, que gobierna mediante represión preventiva, persecución social y mediática. Frente a él, el pueblo ecuatoriano ha sostenido un ciclo de resistencia que hoy toma forma en el paro en Ecuador, el Paro del Killa Raymi, contra el narco gobierno fascista del bananero y terrateniente Daniel Noboa Azín [2].

Lamentablemente, las lecciones de 2019 y 2022 fueron más aprovechadas por las élites que por el pueblo. El aparato represivo aprendió a anticipar, planificar y golpear primero. Y sí, es triste saber que seguimos casi diez años en la misma dinámica, sin avances reales para detenerla. Porque lo que muchos ven como alternancias inconexas de gobiernos es, en realidad, una continuidad: una restauración oligárquica del poder económico y político sobre el cuerpo social (Stoessel, 2025).

Neoliberalismo autoritario, le llaman algunos (Bojórquez y Gil, 2024); terrorismo de Estado, otros (Marcos y Torres, 2022). Yo le llamo por lo que es: una restauración oligárquica-terrateniente en el Ecuador, en el marco de la avanzada del neofascismo global.

Tejer esperanza en medio del terrorismo de Estado

La respuesta estatal ha sido feroz y precoz en estos 29 días de resistencia. En las últimas semanas se registran 367 vulneraciones a derechos humanos, 205 personas detenidas (documentadas por la Alianza por los DDHH Ecuador, 2025), 15 desaparecidos, miles de heridos y por lo menos dos compañeros asesinados por las fuerzas represivas: Efraín Fuérez, de Cotacachi, y José Guamán, de Otavalo, ambas localidades de Imbabura, epicentro del Paro del Killa Raymi.

A las muertes se suman detenciones arbitrarias, uso desmedido de la fuerza y una represión que no espera la escalada para actuar: dispara por anticipado. Niños, ancianos y familias enteras mueren asfixiados por gases lacrimógenos dentro de sus casas. 

Manifestantes protestan contra la eliminación del subsidio al diésel por parte del gobierno del presidente Daniel Noboa, en Calderón, Ecuador, el jueves 9 de octubre de 2025. (AP Foto/Dolores Ochoa)

Hay bloqueos de cuentas bancarias, persecución mediática, marcos antiterroristas usados contra defensores territoriales. Esta violencia no es accidental: obedece a un diseño político que busca disciplinar la protesta y desarticular la solidaridad social a través del terror. Eso sí es terrorismo.

Sin embargo —y esta es nuestra lección más hermosa—, la esperanza vuelve a encontrarse en las calles. Cada represión engendra redes de solidaridad: nos cuidamos, improvisamos puntos de apoyo, compartimos medicina y alimentos, cantamos y danzamos al son de las bombas. Desde las organizaciones obreras, las nacionalidades indígenas, el movimiento estudiantil y las luchas de las diversidades, emerge una alianza que desmiente la fragmentación. Esa capacidad de hacer comunitario el conflicto es el corazón del Killa Raymi: la fiesta que se transforma en resistencia.

Los indiferentes: aliados del fascismo

Pero así como hay motivos para la esperanza, mirar alrededor también muestra cómo la vía al fascismo se pavimenta con la indiferencia. Me perturba, y lo digo con crudeza, la capacidad que tienen miles de personas de escoger la indiferencia frente a la crueldad, subestimando la magnitud del momento histórico. Porque si el fascismo es nuestro enemigo, debemos pensar en su principal aliado: las y los indiferentes, analfabetas políticos, como habría dicho Bertolt Brecht; el peso muerto de la historia, a palabras de Gramsci.

La pasividad o la miopía frente a la disputa por la hegemonía son hoy aliados silenciosos del autoritarismo. Pequeños silencios suman grandes retrocesos. Noboa —y los aparatos de poder que lo sostienen— ofrecen una “salida constituyente” que promete orden y remoción de derechos. 

Pero lo que está en juego no es solo la Constitución de 2008 —uno de los cuerpos constitucionales más progresistas de América Latina—, sino la democracia misma y la posibilidad de retroceder décadas en conquistas civiles, ambientales y sociales.

Entre las exigencias está la liberación de 12 detenidos en el marco de las protestas.

Por eso, una llamada internacional: pongan los ojos en Ecuador. Si están lejos, enciendan una vela, denuncien, alcen sus voces. Si están en el país, eliminen las diferencias que nos dividen y comprendan el momento histórico. Si son compañeros o compañeras en la lucha, hagamos fuerza en la unidad: cada acto de solidaridad es una lección de futuro, cada abrazo compartido un mapa para la convivencia posible.

La represión alimenta nuestra ira, sí, pero también nuestra unión. Nuestra rabia viene del dolor, pero la revolución se sostiene en afectos, cuidados, reciprocidad y amor. Porque la verdadera revolución, nunca lo olviden, está movida por grandes sentimientos de amor. Al final, nos quedan pocas alternativas claras: construir patria o sucumbir a sus formas degradadas. La lucha no promete facilidades; promete sentido.

Venceremos porque ya no creemos únicamente en la esperanza individual, sino en la potencia colectiva que se hace carne en los campos, calles y plazas; venceremos porque lo único que tenemos que perder son nuestras cadenas. Esas son las únicas dos opciones que nos deja el fascismo: Patria o Muerte.

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp