Es la hegemonía, estúpido: más sobre el conflicto Rusia – Ucrania
Existe manipulación mediática cuando un mensaje es alterado, en algunos casos faltando a la «verdad» y logrando influenciar positiva o negativamente a la audiencia, para que realice acciones basadas no siempre en información correcta.
Por Fernando Ortiz Sosa
Nos quedamos con las noticias que el hegemón nos provee, pertenecemos culturalmente a ese bloque hegemónico, vemos sus películas, leemos sus noticias, queremos ser como ellos. Por eso nos preocupa tanto el destino de Ucrania, por más que tengamos que buscar en el mapa dónde queda.
«Es la economía, estúpido». Una frase inmortalizada por el ex presidente estadounidense Bill Clinton, en ocasión de la campaña electoral con otro ex presidente, George Bush. La frase se popularizó tanto localmente como internacionalmente y se utiliza, generalmente, para destacar obviedades, algo esencial que no puede ser ignorado.
El conflicto Ruso-Ucraniano, que estalló con acciones bélicas la última semana, no sólo nos permite un análisis desde el realismo clásico, sino también desde la cuestión de la hegemonía y de cómo ésta se instala a nivel internacional con prácticas y discursos que, a diferencia de lo que está pasando con la guerra, tiene un claro ganador: occidente.
Gramsci y la hegemonía
Para el intelectual italiano, la hegemonía era la capacidad de guiar, por lo tanto, implica dirección política, intelectual y moral. Esta dirección política e ideológica supone que una clase o sector social logra una apropiación preferencial de las instancias de poder y desde el cual configura la vida económica, civil y cultural de un colectivo. Es así que vemos que uno de los elementos fundamentales para comprender este concepto reside en que la hegemonía requiere de estrategias que oculten la intención explícita de la clase dominante de dirigir la política intelectual y moralmente a la clase dominada, propiciando la naturalización de esta forma de explotación a través del “consenso manipulado”
De esta manera, lo novedoso de la concepción gramsciana de hegemonía es el papel que se le otorga a la ideología la cual constituye un todo orgánico y relacional encarnado en aparatos e instituciones, un cemento orgánico que unifica en torno a ciertos principios articulatorios básicos, un “bloque histórico” y las prácticas productoras de subjetividades en el proceso de transformación social.
Respecto a las Relaciones Internacionales, Gramsci decía que estas preceden o siguen a las relaciones sociales fundamentales. Cualquier innovación orgánica en la estructura social, a través de sus expresiones técnico-militares, modifica orgánicamente las relaciones absolutas y relativas en el terreno internacional.
Pero no se agota allí, en el plano internacional, la hegemonía es multidimensional, no podemos circunscribirla a un poderío económico o militar, sino que, para ser eficaz, tiene que haber un convencimiento de su infalibilidad y estar integrados en una visión de mundo capaz de brindar una explicación coherente en todos los campos.
Es así que, de la misma manera que analizamos la posición rusa a través del realismo clásico, la que todos tomamos como la “reacción del resto del mundo” es necesario verlo desde el enfoque gramsciano, es decir, desde la dominación basada en la coerción y la hegemonía en el consentimiento. Un proceso donde la clase dominante de una sociedad transforma sus propios intereses y valores en sentido común para todos los miembros de la sociedad. En este caso, esa sociedad es la internacional.
El hegemón en las instituciones
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad internacional se encontró dividida en dos ideas o paradigmas político, económico y cultural distintos: o bien se adscribía a un sistema capitalista-liberal o bien a un sistema comunista. Tras la caída de la URSS, el mercado global ha estado hegemonizado por un híbrido institucional basado, ante todo, en el consenso normativo e ideológico liderado por EE.UU.
Esta hegemonía a nivel internacional, no es simplemente un orden entre estados, sino que es un orden dentro de una economía mundial con un determinado modelo de producción dominante que, inevitablemente, penetra en todos los Estados y los vincula a otros modelos de producción subordinados.
Es así que la hegemonía mundial es una estructura social y una estructura política que se expresa con normas universales, instituciones y mecanismos que establecen reglas generales para el comportamiento de los estados y distintas fuerzas de la sociedad civil que actúan más allá de las fronteras nacionales.
La aplicación del Plan Marshall en Europa y el proceso de democratización en Japón, fue el puntapié inicial de esta dominación a nivel mundial. El capital europeo y el japonés, de esta manera, se integran al capital norteamericano. Todo esto, fue apuntalado con una institución militar como la OTAN o bien instituciones económicas como lo fue el CECA, permitiendo un progresivo desarrollo del capital.
Primero el GATT y luego la OMC, hegemonizaron los procesos comerciales mundiales, dejando de lado a los países que no se integraran al nuevo sistema. El rol hegemónico norteamericano se compatibiliza con la existencia de la ONU que responde a esta visión del sistema internacional. El FMI regula el ámbito monetario y el Banco Mundial es quien se encarga de la supervivencia del sistema financiero.
Son regímenes reguladores de las relaciones económicas internacionales que influyen decisivamente en las políticas económicas de sus países miembros (o bien, ¿subordinados?)
David Harvey, teórico británico, afirmaba que el poder del complejo Wall Street-Departamento del Tesoro-FMI, depende a la vez simbiótica y parasitariamente de un sistema financiero impuesto por la fuerza en torno al llamado consenso de Washington y más tarde reelaborado para dar lugar a una nueva arquitectura financiera internacional.
La hegemonía aplicada al conflicto actual
Cuando Gramsci escribió sus cuadernos de la cárcel, quizás no imaginaba que 70 años después el mundo se encontraría interconectado de tal manera que cualquier persona de cualquier parte del mundo podría interactuar en tiempo real con otra que se podría encontrar a miles de kilómetros de distancia. O bien, que alguien sentado cómodamente en algún país latinoamericano, podría enterarse al momento de lo que sucede en la otra punta del mundo leyendo un periódico online.
La hegemonía no abandonó el terreno anterior, sino que se amplió, como parte del sistema-mundo, hacia la virtualidad, llegando a todos lados, en todo momento y con una fuerza nunca antes vista. Es arrasadora, es imparable y ejerce todo el poder necesario.
El poder establecido mundial, con las instituciones que responden a dicho hegemón, se movieron rápidamente para aplicarle duras sanciones a Rusia, tras su invasión a Ucrania. La ONU, con abrumadora mayoría, condenó el ataque. La Unión Europea sancionó económicamente a Vladimir Putin y algunos altos funcionarios rusos.
Japón, Australia, Reino Unido y, por supuesto, Estados Unidos, entre otros; también aplicaron fuertes sanciones que recaen sobre personas, empresas y el estado ruso. La exclusión de algunos bancos rusos del sistema SWIFT, provocará gravísimas consecuencias económicas a Moscú.
Ahora bien, las sanciones no se agotan en el ámbito político económico. Parte importante de la hegemonía mundial, es cultural, y desde esos ámbitos también se sancionó a Rusia: La FIFA, la UEFA, Formula 1, Tenis y el COI; avanzaron sobre los deportistas rusos. Y esto es en lo que principalmente habría que detenerse, porque viene a configurar una especie de novedad en la temática.
En el fútbol, se decidió suspender de competiciones internacionales a su selección y clubes, lo que implica la exclusión de la selección rusa del mundial de Catar 2022, donde tenía todavía chances para clasificarse.
Vemos cómo opera la hegemonía cuando vemos que la FIFA y la UEFA no terminan de explicar bien el porqué de la suspensión. Hablan de régimen autoritario ruso, cuando en FIFA también participan selecciones como las de, por ejemplo, Corea del Norte o la misma Ucrania que había tenido un golpe de estado en 2014 y a nadie se le ocurrió suspenderla.
Si es por la invasión, desde el final de la II Guerra Mundial a la fecha, los Estados Unidos o Inglaterra, deberían haber participado en pocos o ningún evento deportivo internacional, sin embargo, no sólo fuero parte, sino que organizaron Mundiales y Juegos Olímpicos.
Aquí, en Argentina, se organizó un mundial cuya final se jugó con un dictador en el palco y a pocas cuadras del mayor centro de tortura del país. La FIFA, en ese entonces, a pesar del enojo de muchos jugadores europeos, miró para otro lado.
Lo mismo podemos decir con los Juegos Olímpicos, el Tenis (Rusia es potencia), Fórmula Uno, etc. Está claro entonces que el deporte dejó de ser ese evento que une a los seres humanos, para pasar a ser un negocio. Quizás lo del negocio es más nuevo, pero que los organismos internacionales nunca fueron ecuánimes, es un hecho. Si no, sería difícil entender que en la Italia de Mussolini se realizó un mundial en 1934 y en Alemania de Hitler unos Juegos Olímpicos en 1936.
Censura y redes sociales
La libertad de expresión es un paradigma innegociable para el liberalismo mundial e histórico. No nos pueden censurar nuestras opiniones. Las redes sociales sirvieron para ampliar y democratizar la libertad de expresión. A partir de allí podíamos decir lo que quisiéramos, y sólo seríamos responsables a nivel personal por el contenido de nuestros dichos. El sueño liberal.
Pero viendo lo sucedido en los últimos días, ¿podemos decir que realmente es así? La libertad de expresión está garantizada, siempre y cuando digas lo que al hegemón le convenga. Eso quedó claro cuando Twitter y Meta comenzaron a censurar medios de comunicación rusos o bien incluso ciudadanos que expresaban su opinión.
Y si no te censuran, se aseguraban de que en tu perfil esté claro que tu opinión pertenece al estado ruso. Pero, de última, tanto Twitter como Meta son empresas privadas, occidentales y capitalistas donde uno ingresa bajo su propio riesgo y aceptando términos y condiciones.
¿Podemos decir lo mismo de los Estados? En Europa, lugar de nacimiento de los derechos individuales, países que hacen gala de su estado de bienestar y libertades; se censuraron medios de comunicación rusos por iniciativa de los propios gobiernos. En la actualidad, es imposible ingresar al diario Pravda, por ejemplo.
Conclusiones
Cuando comenzamos a ver las noticias internacionales, nos quedamos convencidos de que el mundo condena a Rusia. Eso es cierto en parte, la gran mayoría de los países condenaron en la última votación en la ONU a Moscú por la invasión a Ucrania, pero ¿eso configura todo el mundo?
Los países del BRICS: Brasil, India, China y Sudáfrica, se abstuvieron. Algunos otros, como Pakistan, Irán, Argelia, Angola, Kazajistán, Kirguistán o Tayikistan, entre varios más, hicieron lo mismo. Estos países, combinados con Rusia, representan el 43% de la población mundial y dos de ellos están entre las mayores economías del mundo: China e India.
El problema surge cuando pensamos que el mundo, es Europa, Estados Unidos y un puñado de países más; pero el 43% de la población no es un número chico.
Nos quedamos con las noticias que el hegemón nos provee, pertenecemos culturalmente a ese bloque hegemónico también, vemos sus películas, leemos sus noticias, queremos ser como ellos. Por eso nos preocupa tanto el destino de Ucrania, por más que haya que buscar en el mapa donde queda. No nos interesa mucho que Polonia no deje entrar a los refugiados nigerianos que intentan escapar de Kiev; tampoco nos importa mucho el genocidio que, en este preciso momento, se está llevando adelante en Yemen. Que Somalia haya sido bombardeado por EE.UU hace una semana, tampoco nos afecta.
En definitiva, somos permeables política, económica y culturalmente a un sistema establecido por clases dominantes. Como decía Gramsci, hay una identificación inconsciente del pueblo con la clase dominante. Eso es válido para nuestro país, pero también en el concierto internacional.