La política como espectáculo mediatizado
La nuestra es una sociedad inmersa en los medios de masas. Nuestras vidas están transversalmente atravezadas por los hilos de la mediatización, y la política no es ajena a estas influencias.
Por Pablo Monero Esbrí
La excesiva mediatización de la política aleja las bases de sus propósitos iniciales, para colocarla como un bien de consumo más.
Introducción
La nuestra es una sociedad inmersa en los medios de masas. Ya sea en formato televisivo, cinematográfico, escrito, o la conjunción digitalizada de todas las formas que constituyen las redes sociales, nuestra vida se encuentra siempre pendiendo de los hilos de la mediatización.
La capacidad técnica de reproducir el arte de forma absoluta y la extensión de ese arte reproducido a una masa mayoritaria, características culturales de los albores del siglo XX, hicieron que los bienes artísticos pudieran identificarse como objetos de consumo, y ser controlados mediante las mismas lógicas mercantiles, de maximización de beneficios, que son los cimientos mentales del sistema capitalista.
Y esta tendencia masificadora de bienes culturales ha ido incrementándose y conquistando todos los resquicios de vida que pudieran quedar, aplicando en ellos con mano firme la fría y despótica tecnocracia mercantil. Cada vez son más insignificantes los horizontes humanos que quedan por mercantilizar, por alienar con objetos de consumo, por ser conquistados por la lógica del capital.
En este panorama, la política, como actividad humana básica que rigen las sociedades, no se puede escapar a procesos análogos. En este artículo buscaremos cómo se ha hecho de la política un espectáculo, algo a consumir, y cuáles son las posibles consecuencias de tan nefasta deriva.
La política como espectáculo mediatizado
Bajo este epígrafe, buscaremos analizar las bases de la mediatización de la política y cómo este proceso la aleja de sus propósitos iniciales para colocarla como un bien de consumo más.
Guy Debord afirma que la nuestra es una sociedad regida por el espectáculo, siendo este una representación de la experiencia humana que permite construir la realidad en la que vivimos y en la que nos desenvolvemos. Al ser el espectáculo mera representación, genera una consideración parcial de la vida que actúa como objeto de contemplación.
También apunta el autor que “el espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes”, dando a entender que en una sociedad del espectáculo no son las representaciones lo primordial, sino como se establecen a través de las mismas las relaciones sociales, dejando a un lado el establecimiento de relaciones sociales por medios reales.
Las consecuencias de estas bases sociales son, por lo tanto, la afirmación de la vida humana como mera apariencia, y Debord señala que este es el culmen de la concepción de la vida humana, que primero se presentó como ser, luego como tener en la sociedad de consumo y por último, como aparecer o aparentar (1).
Es esta concepción de la sociedad una que, a mi juicio, es capaz de pintar fielmente la transformación humana frente a los medios de masas. Un punto a tener en cuenta es la gran capacidad de visionario de Debord, ya que cuando se escribió el libro (finales de los 60), la ciudadanía solo participaba en los medios de masas como espectadores y nunca tomaban el papel generador que toman ahora con las redes sociales.
Esta nueva dimensión de la sociedad del espectáculo no ha hecho más que acentuar esos procesos que el autor francés señalaba hace más de medio siglo y podemos ver en las características definitorias de herramientas como Twitter o Instagram, lo que el autor situacionista ya veía en plena efervescencia del Mayo del 68.
Las publicaciones en redes sociales no son más que un reflejo, una imagen especular de lo que es la vida.
Cuando alguien postea esa foto en una playa de ensueño durante sus vacaciones de verano, ese suculento plato de pasta del restaurante italiano más caro de la ciudad, esa publicación del influencer de turno explicando por qué ha acabado su relación con su pareja, no solo está generando una representación de una experiencia personal, tomada del continuo de su vida, sino que la está sumergiendo en los procesos de mercado, siempre buscando el generar más engagement con su público, lo que alimentará a la bestia que es el algoritmo director de las redes sociales y le dará más visibilidad.
Esto es porque las publicaciones en redes sociales funcionan ya como un bien de consumo más dedicado al entretenimiento, aunque con ciertas diferencias respecto a los bienes tradicionales, al no pagar por ellos.
El resultado final de postear cierta foto o cierta información en un tuit y de la consecuente alienación de los mismos como bien de consumo, es que, las actividades humanas, acaban supeditándose a su capacidad de generar, según una lógica capitalista, beneficios al autor.
Esta conclusión me parece verdaderamente terrorífica, puesto que significa que el capital ha acabado conquistando todos los horizontes, incluido el de la vida privada. Y la política, como actividad humana, no puede escaparse de estos procesos de mercantilización.
En su representación en los medios de masas (ya sea en tertulias televisivas, debates en directo por Youtube, o hilos de Twitter), la política se presenta como una pieza de entretenimiento que se puede consumir, más que como un acto intelectual.
Esta tendencia no solo es aprovechada por individuos ajenos a la política institucional (como pueden ser periodistas o tertulianos profesionales), sino que figuras públicas que ocupan escaños en parlamentos, que son aspirantes a ministros o los futuros presidentes de los países occidentales, se han visto obligados a sumarse a esta nociva tendencia, principalmente por la presión de vender su mensaje, adaptándose a los nuevos medios que desplazan a pasos agigantados a los tradicionales.
El individuo en la democracia representativa
En este contexto, en el que los contenidos de las redes sociales se presentan como un producto de entretenimiento, los políticos han tratado de aprovechar esta tesitura para atraer hacia sí a nuevos votantes, a las nuevas generaciones que navegan más tranquilamente por los turbulentos mares de Twitter que por los medios de comunicación tradicionales que usaban las generaciones anteriores.
Para optimizar la comunicación a través de las redes sociales, los políticos han tenido que generar alrededor suyo un personaje, una narrativa, un relato que la gente pudiera consumir, que resonase con ellos a un nivel no intelectual, no político, sino emocional. Para ello, los políticos utilizan las redes para mostrar parte de su vida privada: ya sea un paseo por el campo, una carrera popular, sus hobbies y aficiones… Humanizando así al político, presentando la persona “real” que se encuentra detrás de la figura, tratando de generar un vínculo de empatía con los posibles votantes.
Estos retazos de su vida privada no solo se presentan en redes sociales. También ciertos en programas de televisión, como El Hormiguero en España, han hecho invitados habituales a las principales personalidades políticas de nuestro país, sobre todo cuando se acercan las elecciones generales.
Por supuesto, en estos programas los temas políticos son debatidos de forma superficial, basándose más en grandilocuentes mensajes o en falacias y calumnias de los adversarios políticos que en las medidas reales que se puedan llegar a tomar y, de hecho, estos se ven eclipsados por actuaciones y performances de diverso tipo. El ejemplo más esperpéntico que puedo recordar fue cuando Pablo Casado, el candidato a la presidencia de España por parte de un partido democristiano, salió tocando el bajo junto con la banda del late night de turno (2).
Otro ejemplo de cómo la política ha pasado a regirse principalmente por el mensaje consumible que lanza un político a través de las redes sociales fue cuando, durante la crisis del coronavirus (de dimensiones que parecían impensables en nuestra sociedad), la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, fue fotografiada durante un acto en memoria de los médicos fallecidos durante la pandemia.
No fue un mensaje de crítica política (Díaz Ayuso pertenece al partido que ejerce la oposición a nivel nacional en España) lo que incendió las redes, lo que indignó a los ciudadanos, fue una pose, una imagen, un símbolo que podía ser fácilmente consumido y transmitido por publicaciones de Instagram o de Twitter.
La crítica que aquí esgrimo no es que los políticos muestren sus lados personales, más privados, sino que esa narrativa que construyen a su alrededor, ese relato (que puede ser prefabricado por un equipo de marketing digital o completamente real) sea el que cope el mensaje y el horizonte político.
Quizás el verdadero maestro de la comunicación política a través de las redes sociales sea Donald Trump. La vida política del que fuera el cuadragésimo quinto presidente de los EEUU estuvo fuertemente marcada por sus estelares apariciones por Twitter. Los mensajes que allí mandaba el empresario norteamericano eran principalmente mensajes controvertidos, que generaban fuerte debate y polarización y que, por lo tanto, eran fuertemente retuiteados, comentados y, en general, consumidos por los usuarios de dicha red social.
De hecho, esto alcanzó su punto álgido con el ataque al Capitolio (sede del poder legislativo estadounidense) el 6 de enero del 2020. Tras perder las elecciones del año anterior, Donald Trump generó en torno a sí mismo y a sus votantes la narrativa de que las elecciones habían sido fraudulentas y manipuladas para asegurar la victoria del candidato demócrata Joe Biden.
El problema es que este relato que construyó y que sus acérrimos votantes (que poseen características de fanáticos en los casos más extremos) consumían como néctar divino, acabó sobrepasando al propio Trump, y derivó en un ataque armado al Capitolio estadounidense. A pesar de que Trump no cargó con ninguna responsabilidad legal, si fue vetado de forma irrevocable de Twitter, como castigo por haber espoleado a sus votantes en dicho ataque (4, 5).
Dejando a un lado este violento acto, los principales problemas de que la sociedad del espectáculo haya conquistado definitivamente la política, es que en esta pesa más ahora la narrativa generada alrededor del político, esto es, cómo el político se presenta a los ciudadanos, que posibles reformas políticas que pretenda llevar a cabo.
Debemos siempre recordar que el político no es más que una herramienta de sus votantes, que presentan a través de él sus anhelos y convicciones políticas y que, como tal, su propia personalidad o sus vivencias, poco o nada deberían importar. En cambio, el paradigma hacia el cual nos vemos abocados es uno donde el populismo, el sentimentalismo y la falta de crítica política tendrán las puertas abiertas.
En definitiva, estamos siendo testigos de una inexorable personalización de la política. Este proceso, aunque novedoso en la democracia representativa, es un pilar constituyente de las dictaduras modernas de los últimos 150 años, la sustitución de la reflexión política por el culto a la personalidad, y es en este proceso de individualización donde la democracia representativa se ve socavada.
La hegemonía cultural y los nuevos consensos sociales
El segundo aspecto que se buscará estudiar en este artículo es como la mediatización actual ha afectado a la hegemonía cultural y qué posibles repercusiones políticas y sociales tiene dicha afectación.
Lo primero que deberemos hacer será definir la hegemonía cultural. Aunque ya el propio Marx estudió las condiciones culturales de cada sociedad (lo que llamó superestructura), lo hizo de forma somera y quizá menos analítica de lo que acostumbraba.
Así, esta superestructura dependía enteramente de una estructura económica subyacente, que generaba esos constructos culturales, los mantenía o los cambiaba según fuesen evolucionando las fuerzas de producción (recordemos que para Marx el motor de la historia es la lucha de clases, por lo que su doctrina es esencialmente economicista).
Las ideas dominantes de una época nunca han sido otra cosa que las ideas de la clase dominante.
Karl Marx
El propio autor alemán afirma que “al cambiar los hombres sus condiciones de vida, su existencia social, cambian también sus representaciones, sus visiones y conceptos.” (6), dando así a entender que las ideas sociales y culturales dependen siempre de la clase dominante, y esta ejerce dicha dominación a través de mecanismos económicos que gravitan en torno a los medios de producción.
Frente a esta visión, el intelectual y comunista italiano Antonio Gramsci busca ampliarla y matizarla, dotarla de mayor capacidad analítica. Para ello, utiliza un prisma menos economicista a la hora de estudiar la dominación de la clase capitalista sobre el proletariado y acuña el término “hegemonía”.
Para Gramsci, la capacidad de liderazgo de una clase sobre la otra depende en gran medida del consenso social y cultural que esta genere en torno a si misma y, para ello, se sirven de intelectuales que extiendan y expandan los códigos sociales de la clase dominante sobre el resto de la población.
Cuando estos intelectuales fallaban en esa misión, era cuando la clase capitalista utilizaba los métodos coercitivos del estado: tribunales de justicia, policía, ejército… De hecho, para el autor italiano, es la falta de consenso social surgida de forma orgánica la que propicia el desarrollo de autocracias en el seno del estado (7, 8).
Esta teoría de la hegemonía es sin duda de una utilidad superlativa a la hora de realizar estudios sociales, ya que posee mayor flexibilidad y profundidad de análisis que las tesis economicistas de Marx y, a partir de ella, surgieron los grandes casos de estudio de los marxistas del siglo XX (la Escuela de Frankfurt y el posmarxismo de Laclau que estuvieron fuertemente influenciados por las ideas de Gramsci).
Pero cuando uno observa la realidad en la que vivimos, puede ver una cierta contradicción con dicha teoría. Sin duda alguna, tanto las políticas institucionales de los países occidentales como la visión social de los ciudadanos que los conforman toman posiciones esencialmente progresistas en cuanto a derechos de la comunidad LGBTQ+, la lucha contra el racismo y el feminismo, abandonando las visiones de lo que los comunistas llaman la clase dominante, que eran más conservadores y tendentes hacia una retracción de los mismos.
¿Cómo puede ser que el consenso social actual sea el de las clases oprimidas, el de los individuos desposeídos y que, sin embargo, el liberalismo tenga más fuerza que en los últimos 70 años?
El capital ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, donde la opinión ha seguido una tendencia democratizante hasta el punto álgido en el que vivimos hoy en día y se ha visto en la necesidad de camuflarse en convicciones progresistas nacidas de las clases menos pudientes.
Esto no significa que el capital esté realizando concesiones al resto de clases, que esté perdiendo la lucha por la supremacía económica, más bien al contrario. En el fracaso de los valores conservadores vio este una puerta a cambios sociales profundos y decidió aprovechar una estrategia camaleónica, permitiendo que el consenso se genere en torno a posturas que se salían de su propia norma, pero aprovechando este consenso para sacar rédito económico y legitimación social.
Este proceso ya comenzó en el siglo pasado, donde un ejemplo claro es cuando las mujeres comenzaron a poder fumar. Esta actitud estaba esencialmente reservada a los hombres, pero cuando el movimiento feminista fue imparable, el gran capital lo aprovechó para introducir a las mujeres como nuevas posibles consumidoras (9).
La tendencia de este proceso ha sido, indudablemente, una escalada vertiginosamente rápida, y la democratización de la opinión y la masificación del arte como consecuencia de su sencilla reproducción técnica han obligado a los grandes capitales a no solo permitir sino facilitar la generación de consensos sociales alrededor de posturas progresistas.
Por supuesto, las grandes empresas recogen de esto que sembraron pingües beneficios en forma de rédito económico y legitimización social. Estos procesos ya están siendo estudiados y analizados, y se conocen en inglés con diversos nombres según la reivindicación social a la cual parasiten.
Cuando un producto cultural se presenta con una impostura feminista, se le llama purplewashing, mientras que cuando las posiciones presentadas se acercan a la defensa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático se conoce como greenwashing.
Pero no ha sido solo el aprovechamiento económico de estos nuevos consensos sociales lo que ha permitido al capital mantenerse en su posición dominante aun careciendo de una hegemonía cultural propia, sino que a través de los mecanismos que esta nueva hegemonía cultural genera se reproducen de forma subrepticia valores de fondo más conservadores y más cercanos a la norma social del capital, aunque con una forma supuestamente progresista. En este caso, me refiero principalmente a la conocida como cultura de la cancelación.
Este es un fenómeno que se da en redes sociales y que consiste en la condena al ostracismo social de figuras públicas que expresan opiniones o que realizan actos que disienten de la norma general establecida, y este aislamiento se suele traducir en repercusiones en la red social, como el reporte masivo y la consecuente eliminación del perfil del disidente susodicho, pero también es común que ocurran pérdidas de proyectos económicos, como películas en el caso concreto de los actores (10).
Esta movilización de fuerzas en redes sociales suele tener un sesgo progresista en general, y tiene como blanco a personalidades que tienen prácticas catalogadas como machistas, homófobas, racistas o simplemente de mal gusto (como ocurrió con el caso de James Gunn, el director de la exitosa saga de películas Guardianes de la Galaxia, que perdió su empleo al encontrarse tuits suyos antiguos portando disfraces de dudoso gusto (11).
Esta cultura de la cancelación se encuentra fuertemente relacionada con el movimiento woke, gestado en los campus universitarios estadounidenses y basado en el reconocimiento del racismo sistémico estadounidense y la noción del privilegio blanco que emerge del mismo (12) y de los Social Justice Warriors, personas que buscan resaltar los privilegios que parte de la población tiene por razones ajenas a ellas (como el privilegio blanco antes mencionado o el privilegio del varón cis).
Esta cultura de la cancelación, que como ya se ha señalado sienta sus bases ideológicas en reivindicaciones sociales progresistas, permite la reproducción de ciertos valores subyacentes que son esencialmente conservadores.
El intelectual Mark Fisher, uno de los más brillantes de nuestra generación, caracterizó este hecho en su ensayo Escapando del castillo del vampiro (Disponible en este LINK). Así, el británico ve en esa izquierda moralizante que señala a todos los hombres como violadores, a todos los blancos como opresores raciales y a todos los varones cis como opresores de género, una expresión novedosa de la culpa del pecado original, de tradición católica, y también una privatización e individualización de la opresión.
Para ello, la izquierda woke, la izquierda de la cancelación por Twitter y del ciberactivismo, construye lo que el autor llama el Castillo del Vampiro, donde, a la hora de señalar posibles privilegios otorgados por la sociedad a ciertas etnias o identidades sexuales o de género, estos se presentan con una culpa innata en ellos.
Es decir, el hombre blanco debe sentir culpa por ser blanco, por ser hombre, debe sentirse avergonzado de los privilegios que la sociedad le ha otorgado de forma arbitraria. Por otra parte, aquellos no privilegiados deben construir sus grupos identitarios contra el resto, que sí gozan de privilegios, y se construye una suerte de competencia para ver cuál de todos sufre la mayor opresión.
Es de esta forma como el capitalismo tardío reinante despoja de potencial reformista y/o revolucionario a estos movimientos sociales, tan dignos en sus reivindicaciones. Así, el foco de las protestas pasa de una crítica teórica a las estructuras sociales y culturales que generan y alimentan dichas opresiones y privilegios hacia una práctica individualista y revanchista, donde lo que se persiguen son las actitudes individuales, y por lo tanto donde las soluciones son individuales (13).
Esta narrativa de individualización y culpa se ha transmitido también fuera de Twitter, y creo que es en la lucha contra el cambio climático donde mejor puede verse. Han surgido últimamente una multitud de protestas y de movilizaciones ciudadanas que buscan reparar el daño antropogénico al medio ambiente a través de cambios en la rutina personal a nivel de hábitos de consumo, principalmente.
Así, ha surgido una suerte de vegetarianismo o veganismo que más allá de consideraciones éticas (¿Son los animales un medio o un fin en si mismos?) se reviste de un manto político. La industria cárnica es una fuertemente contaminante, de eso no hay duda, y negarlo es un signo de ignorancia o de populismo (14), pero el verdadero problema se encuentra en un sistema que requiere de recursos naturales infinitos en un mundo donde estos son, lógicamente, finitos. Individualizando dichas luchas lo único que se consigue es obviar, implícitamente, el problema estructural de fondo, que suele ser el origen de mayor intensidad de estos problemas.
Me gustaría por último apuntar que esto no deslegitima al fondo de las reivindicaciones sociales que aquí se han ido mencionando, ya que a mi juicio tienen todas razones más que suficientes para existir. Lo que se critica en este artículo es que, habiendo conquistado la hegemonía y habiendo vencido en la batalla cultural, la izquierda progresista no haya sabido evolucionar por sí misma, y haya tenido que recurrir a mecanismos liberales y capitalistas para implementarse, dejando así la puerta abierta a la supervivencia del capitalismo tardío. Como dice el refrán español: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.”
Referencias
- Debord, Guy. La Sociedad Del Espectáculo. (Madrid: Pre-Textos, 2007), 37-50.
- “Pablo Casado Nos Sorprende Tocando El Bajo – El Hormiguero.” YouTube. YouTube, April 3, 2019. Accessed June 12, 2022. https://www.youtube.com/watch?v=b_D4FddTIYI.
- “Ayuso Rompe a Llorar Durante La Misa En La Almudena Por Los Fallecidos Por El Coronavirus.” Huffington Post. ElHuffPost, April 26, 2020. Accessed June 12, 2022. https://www.huffingtonpost.es/entry/ayuso-llorando-misa-coronavirus_es_5ea57750c5b6f96398168887.
- “Capitol Riots Timeline: What Happened on 6 January 2021?” BBC News. BBC, June 9, 2022. Accessed June 12, 2022. https://www.bbc.com/news/world-us-canada-56004916.
- “Permanent Suspension of @RealDonaldTrump.” Twitter. Twitter. Accessed June 12, 2022. https://blog.twitter.com/en_us/topics/company/2020/suspension.
- Marx, Karl, and Friedrich Engels. Manifiesto Comunista. Translated by Pedro Ribas. (Madrid: Alianza, 2016), 76.
- Gramsci, Antonio. Escritos: Antología. Translated by Rendueles César. (Madrid: Alianza Editorial, 2019), 195-235.
- Thomas R. Bates, “Gramsci and the Theory of Hegemony,” Journal of the History of Ideas 36, no. 2 (1975): p. 351, https://doi.org/10.2307/2708933.
- Century of the Self (British Broadcasting Corporation (BBC), RDF Media, 2022), https://www.bbc.co.uk/iplayer/episodes/p00ghx6g/the-century-of-the-self.
- “Cancel Culture,” Wikipedia (Wikimedia Foundation, June 12, 2022), https://en.wikipedia.org/wiki/Cancel_culture.
- Bishop, Bryan. “Writer-Director James Gunn Fired from Guardians of the Galaxy Vol. 3 over Offensive Tweets.” The Verge. The Verge, July 20, 2018. https://www.theverge.com/2018/7/20/17596452/guardians-of-the-galaxy-marvel-james-gunn-fired-pedophile-tweets-mike-cernovich.
- “Woke.” Wikipedia. Wikimedia Foundation, June 7, 2022, Accessed 12 June, 2022. https://en.wikipedia.org/wiki/Woke.
- Fisher, Mark. “Exiting the Vampire Castle.” openDemocracy, November 24, 2013. https://www.opendemocracy.net/en/opendemocracyuk/exiting-vampire-castle/.
- “Vox a Garzón, Por Las Macrogranjas: ‘Aquí Lo Único Que … – La Razón.” Accessed June 12, 2022. https://www.larazon.es/espana/20220216/anlgvo64e5c4tne4fesjm4ivbu.html.