¿Por qué Chile desconfía de la política?

La siguiente columna aborda el problema que genera la desconfianza y el distanciamiento ciudadano sobre la política, y los problemas del sistema político en Chile, el cual se ha visto atomizado, principalmente, por el fraccionamiento partidario y el personalismo.
Por Matías Ignacio Martínez González.
Chile enfrenta una paradoja peligrosa: se valora la democracia, pero se desconfía profundamente de quienes deben sostenerla.
La crisis de confianza en la política y los desafíos del sistema político en Chile
La siguiente columna aborda el problema que genera la desconfianza y el distanciamiento ciudadano sobre la política, y los problemas del sistema político en Chile, el cual se ha visto atomizado, principalmente, por el fraccionamiento partidario y el personalismo, entre otros factores. Ello otorga espacio a las voces autoritarias y populistas que fraguan la cultura política democrática predominante en Chile. Por esta razón, se exponen posibles herramientas que pueden contribuir al fortalecimiento de la democracia y de las instituciones del Estado-Nación chileno.
Confianza ciudadana: una estructura democrática sin respaldo institucional
Un 90% de los habitantes de Chile cree que el Congreso, las Municipalidades y los Tribunales de Justicia son corruptos; apenas un 4% confía en los partidos políticos, y un 66% se siente poco o nada identificado con ellos. No obstante, un 61% está de acuerdo o muy de acuerdo con que “los partidos políticos son indispensables para el funcionamiento de la democracia”, y un 63% prefiere la democracia ante otro sistema político. Estos datos provienen del último estudio publicado por Democracia UDP (Universidad Diego Portales).
Edificio del Congreso Nacional de Chile.
Esta medición revela un punto fundamental: los ciudadanos en Chile entienden y validan la estructura democrática del país, pero no depositan su confianza en las instituciones. Ese espacio “vacío” es terreno fértil para el avance de voces autoritarias y narrativas populistas que buscan permear la cultura política democrática de Chile, debilitando así la legitimidad social de la institucionalidad estatal.
La tentación autoritaria y el repliegue del Estado
La tendencia hacia gobiernos autoritarios ha ido en aumento. Según la misma encuesta de Democracia UDP, un 31% de los encuestados considera que, en determinadas circunstancias, una autocracia es preferible, especialmente para abordar el problema de la delincuencia. Esta percepción indica el incumplimiento de una premisa esencial para cualquier democracia: el control legítimo del uso de la fuerza y la represión hacia quienes dañan la vida pública.
En ambos aspectos, el Estado ha perdido presencia, especialmente en los sectores más vulnerables, y mantiene una presencia cuestionada en los sectores medios. Este hecho es fatal, ya que el Estado debe ejercer una “presencia presente” en la vida cotidiana de la ciudadanía. Esto se logra mediante el funcionamiento de centros educativos, de salud, dependencias gubernamentales y espacios de recreación social. Incluso el mantenimiento de las calles cobra relevancia como señal de vínculo directo entre el Estado y los habitantes. Desafortunadamente, en Chile esta conexión está seriamente deteriorada.
Un sistema político inoperante y altamente fragmentado
Muchos de los problemas que aquejan a Chile se han visto agravados por la estructura del sistema político y su incapacidad operativa. No se trata únicamente de una falta de voluntad por parte de los representantes, sino de un diseño institucional que no genera condiciones para grandes acuerdos. En lugar de fomentar la cohesión, el sistema promueve la división partidaria, la proliferación de actores independientes y, en consecuencia, la atomización política.
El Congreso chileno alberga 22 partidos políticos y 3 en proceso de formación, una cifra excesiva si se compara con otros sistemas democráticos eficaces, donde este número rara vez supera los cinco. Alemania, por ejemplo, establece un umbral mínimo del 5% para que un partido acceda al Bundestag. Esta barrera ha sido una herramienta efectiva para proteger la funcionalidad del Parlamento Federal Alemán.
Es crucial avanzar en una reforma institucional que aborde esta dispersión. No se trata de una demanda sectorial, sino de una necesidad que impacta todo el arco político y que compromete la gobernabilidad del Estado. En consecuencia, las dificultades ciudadanas no pueden ser abordadas adecuadamente por un órgano legislativo desbordado e ineficaz.
Propuestas concretas para ordenar el sistema político chileno
Diversos expertos y analistas han planteado alternativas viables para solucionar las fallas del sistema político chileno. Aquí se destacan tres propuestas esenciales:
- Pérdida del escaño al renunciar al partido: si un representante fue electo bajo el alero de un partido, debe perder su escaño si lo abandona. Esto permitiría reducir el número de independientes y ordenar el trabajo legislativo.
- Unificación de elecciones: realizar las elecciones parlamentarias junto con la segunda vuelta presidencial facilitaría la construcción de mayorías coherentes con los programas de gobierno, favoreciendo la gobernabilidad.
- Eliminación de coaliciones artificiales: suprimir agrupaciones compuestas por múltiples colectividades sin representación real obligaría a los partidos pequeños a fusionarse o aliarse estratégicamente, simplificando la negociación parlamentaria.
Estas son apenas algunas de las herramientas que podrían corregir el rumbo de la política chilena, un camino que requiere urgencia y decisión, ya que no se puede permitir un nuevo estallido social ni la expansión del discurso populista o autoritario en una nación donde la democracia y el Estado de Derecho han costado sangre y pena.
El quiebre entre los partidos, la militancia y la ciudadanía
Es necesario revisar la relación entre los partidos políticos, sus militantes y la ciudadanía. Esta ha pasado a ser más simbólica que efectiva. Dos razones explican este fenómeno: la pérdida del trabajo territorial por parte de los partidos y el impacto de la dictadura de Augusto Pinochet, que buscó desarticular todo tejido social con fines sociopolíticos –como centros de madres, juntas de vecinos o centros estudiantiles– y restringir el pensamiento político crítico.
Imagen: CNN.
La dictadura logró su propósito parcialmente: romper con el contrato social chileno. Las consecuencias se evidencian hoy en la apatía política y la falta de participación. Los partidos, en especial los de izquierda y centro-izquierda, han gestionado con poca responsabilidad esta herencia. Tras la caída de la dictadura, olvidaron la necesidad de mantener cohesión partidaria e ideológica, cayendo en el personalismo y en la indisciplina, sin poder articular un proyecto común de país.
La democracia se construye desde lo cotidiano
Frente al contexto regional y global, urge que el sistema político chileno y sus partidos actúen decididamente en favor del fortalecimiento democrático. No basta con reformar estructuras y partidos; también es imprescindible promover espacios de democracia directa y participación ciudadana.
Chile necesita una política que convoque, que incluya, que acerque a los ciudadanos al ejercicio del poder. Es esencial fomentar la microdemocracia en escuelas, trabajos y barrios, y revitalizar la educación cívica. La libertad, los derechos y deberes deben ocupar un lugar central en la vida nacional.
Los representantes deben ser los primeros en levantar estas banderas, y los ciudadanos, en exigirlas. Porque, al final del día, los cambios políticos repercuten con mayor fuerza en la sociedad civil. Es una tarea compartida, una responsabilidad colectiva para consolidar una democracia que se viva, se defienda y se sienta como parte de la identidad de Chile.