Apuntes sobre el atentado contra Cristina Kirchner
En novedosas investigaciones cognitivas se afirma que el cerebro organiza la información para hacerla abonar con lo que ya se ha sedimentado en la memoria, lo que hace que se pueda olvidar o ignorar aquello con lo que no se está de acuerdo.
Por Fernando Ortiz Sosa
Queremos que algo sea verdad, lo necesitamos -porque sino corre peligro nuestra estructura de creencias- y buscamos por cualquier medio la forma de confirmarlo. Las redes sociales y los medios de comunicación son la mejor herramienta para ello.
Lo acontecido en la última semana en Argentina donde se fueron sucediendo masivas movilizaciones populares en defensa de la ex presidenta y actual vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner y culminando con un intento de asesinato el día jueves a la noche, nos pone en una situación de análisis discursivo de estos fenómenos políticos y sociales que debe ser abordado desde el lenguaje como constructor de realidad.
El filósofo Friedrich Nietzsche vino a mover los cimientos de la filosofía moderna, y la cuestión de la “Verdad” como algo inescrutable, comienza a ser objeto de debate. Entre otras cosas, el alemán nos dice que la batalla en la historia es una confrontación entre las memorias, por eso, la forma más efectiva de superar el conflicto es olvidando nuestro pasado: “Sólo mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a creer que posee la verdad [1]”.
El lenguaje no es otra cosa que la interpretación literaria de la realidad, nos sentimos seguros y respaldados por el lenguaje. Entonces, para Nietzsche, la verdad no es otra cosa que saber mentir: “ser veraz, esto significa usar las metáforas usuales, por tanto, moralmente expresado: el compromiso de mentir de acuerdo a una firme convención, de mentir al modo de rebaño, es un estilo obligatorio para todos”.
En el mismo sentido, Ludwing Wittgenstein, dedicó gran parte de su obra a analizar los usos del lenguaje, no sin importantes contradicciones. Para él, la verdad es un “movimiento en un juego de lenguaje”, ese juego está compuesto por reglas convencionales, una construcción social. No deja de ser un producto histórico, creado por las personas y que condiciona nuestra forma de entender el mundo. Es decir, la verdad es creada por el lenguaje.
Como sujetos sociales, estamos atravesados por el lenguaje y la construcción de verdad a partir de éste. Ahora bien, la concepción clásica del lenguaje, comienza a entrar en crisis a partir del surgimiento de la posverdad como concepto.
Posverdad y Sesgo de Confirmación
Esta realidad/verdad que tenemos por inmutable, está firmemente sostenida por valores morales que son netamente subjetivos, donde muchos de ellos son transversales a (casi) toda la sociedad. La mayoría de estos imperativos morales kantianos, tienen diversos orígenes, pero generalmente fueron arraigados a partir de ciertos preceptos religiosos.
La moral kantiana eleva a la razón como fundamento de la moral, haciendo un uso público de la razón hasta convertir al hombre en un legislador universal en un reino de los fines, es decir, en un reino en el que cada ser es libre y autónomo, un ser que respeta a todos sus conciudadanos como una persona valiosa y con dignidad. Este es el reino de Dios kantiano, al cual sólo es posible llegar a través de la ética.
La moral cristiana, es en cierta manera kantiana; y a partir de allí se construyó una enorme estructura de imperativos que se encuentran firmemente arraigados en la sociedad y a partir de los cuales, todos y todas efectuamos nuestros juicios. En principio.
En la posmodernidad es todo más complejo, porque haciendo uso de la estructura moral, se construyen distintos tipos de verdades que sirven a los más variados fines. Aparece el sesgo de confirmación como forma de lidiar con las contradicciones que surgen.
Imaginemos que somos sujetos sociales con toda una estructura de valores y creencias que nos permite vivir en una sociedad actual que es bastante agresiva en general. ¿Qué sucede cuando una información entra en conflicto con esa estructura de valores? El cerebro busca, como método de autodefensa, ignorar lo más posible esa información.
Pero como no somos sujetos aislados, sino sociales, y en un mundo cada vez más interconectado, seguramente encontraremos muchos otros sujetos que ante la misma información presentan conflictos con sus estructuras morales. La aparición de las redes sociales, hoy, nos acerca mucho más a todo ese segmento social que está en nuestra misma situación.
Como vivimos en un mundo globalizado y capitalista, existe también toda una industria (entretenimiento y comunicación, política y económia) que se toma el trabajo de unificar sectores sociales confirmando ciertos sesgos, creando un círculo en donde la heterogeneidad de pensamientos no está contemplada.
Es así que el sesgo de confirmación aparece a partir de la influencia directa del deseo en las creencias. Queremos que algo sea verdad, lo necesitamos -porque sino corre peligro nuestra estructura de creencias- y buscamos por cualquier medio la forma de confirmarlo. Las redes sociales y los medios de comunicación son la mejor herramienta para ello.
La posverdad surge a través de la diseminación de noticias falsas que confirman y reafirman sesgos cognitivos, apelando a las emociones del usuario que desea que esa fake new sea verdad. Es una permanente retroalimentación.
En investigaciones realizadas por los científicos cognitivos Hugo Mercier y Dan Sperber, se afirma que el cerebro organiza la información para hacerla abonar con lo que ya se ha sedimentado en la memoria, lo que hace que se pueda olvidar o ignorar aquello con lo que no se está de acuerdo.
El Lawfare y su justificación cognitiva
La RAE define a la posverdad como “la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
De todas formas, volviendo un poco a Nietzsche, también deberíamos poner en tela de juicio esta definición, pero por un momento la tengamos por aceptada. Al menos en lo personal, lo hago.
En toda Latinoamérica la posverdad está siendo utilizada para erosionar a líderes populares y sus movimientos. Medios de comunicación, financiados o bien manejados directamente por elites y grupos político/económicos de poder, son la primera línea de batalla de disuasión contra políticos o movimientos que sostengan un discurso contrahegemónico del poder real.
A través del sesgo de confirmación y la permanente difusión de distorsiones informativas, se implanta/reafirma la idea de que ciertos representantes de estas ideas políticas, están relacionadas con conceptos de corrupción, violencia o totalitarismos. Se apela de esta manera al odio, uno de los sentimientos más potentes. Ese hartazgo que surge a partir de allí, se hace eco en otra de las instituciones de elite: la justicia. Surge la judicialización de la política como disciplinamiento.
De todas formas, vale una aclaración: el sesgo de confirmación como elemento discursivo es algo que atraviesa a toda la sociedad, no sólo a un determinado sector, aunque si es cierto que algunos son más propensos que otros, dependiendo el nivel de odio y violencia que se maneje.
Como dijimos, el “Lawfare” necesita mucho de estructuras morales, creación de verdad a través del lenguaje y sesgos cognitivos; si no, de otra manera no habría forma de justificarlo ante la sociedad de la manera en que se hace. Se habla de “corrupción” como un hecho genérico y esa palabra es la que se termina por convertir en el delito en sí.
Corrupción, en sí mismo, no es más que una palabra que aglutina un sinnúmero de significados. Es decir, es un significante vacío. La corrupción como hecho no existe, lo que existen son delitos previamente tipificados en un corpus normativo previamente existente. Decir “fulano es corrupto” por el simple hecho de que esta persona es contraria a nuestras ideas, mientras que justificamos las acciones de quien se amolda a nuestras creencias, es parte del imaginario colectivo discursivo con el que interactuamos diariamente.
Desde el punto de vista jurídico, que se traduce en el Lawfare, se intenta a su vez distorsionar de manera selectiva el texto de la ley (donde están especificados los delitos, con escala jerárquica) con la finalidad de que sea aplicable a cierto segmento político/social y no a otro.
Latinoamérica: Tierra del Lawfare
Lo que se busca es llano y simple: sacar de la escena política a determinados líderes. Pasó con Dilma y Lula en Brasil, pasó con Lugo en Paraguay, pasó con Evo Morales en Bolivia. Se los acusa de corrupción, sin más detalles porque al imaginario eso ya le representa un cúmulo de supuestas acciones contrarias a la estructura moral.
El objetivo no es la persecución de la retribución por delitos cometidos en sí mismo (si los existiera) sino, simplemente la proscripción. La prueba está en el alegato del Fiscal Luciani en la causa que se le lleva adelante en Argentina a Cristina Fernández: se solicitó primero una pena accesoria (imposibilidad de ocupar cargos públicos de por vida) antes que la pena principal (12 años de prisión).
Esto, como ya lo expresaron varios juristas, tiene origen en una interpretación del derecho anglosajón que afirma que la labor de los jueces es las eficaz sin las ataduras de los sistemas que tienen estructuras jerárquicas y que regulan la validez de los actos jurídicos.
La máxima de Carl Schmitt – jurista alemán – cuando busca el fundamento de “lo político”, lo hace desde la dicotomía amigo/enemigo, donde trazar la línea divisoria resulta indispensable en la arena de disputa. El enemigo, para él, es el otro. Ese otro que se presenta como diferente de una manera particularmente intensiva, el otro está reconocido, es público y está abiertamente declarado como antagonista de un modo particular de existencia.
Para el poder real, el otro enemigo está claro: los gobiernos populares que surgieron desde mediados de los noventa. ¿Los anteriores? Eran disciplinados por las fuerzas militares. Agotada esta alternativa, se recurre a la justicia, los medios de comunicación y las elites económicas que son los nuevos tanques del siglo 21.
Tal como la Alemania Nazi se vale de muchas de las construcciones teóricas de Schmitt, se puede decir también que la utilización con fines políticos del derecho, es una de las técnicas históricamente favoritas del fascismo. Cuando la eliminación física no es posible, buena es la eliminación política.
Es así que, terminadas las dictaduras militares en Latinoamérica, el derecho y su poder judicial se convierten en brazos ejecutores de las elites. La proscripción de Correa en Ecuador y Lula en Brasil, los golpes blandos de Dilma y Lugo o bien el “golpe duro” sobre Evo Morales en Bolivia, son claros ejemplos. Asimismo, la tambaleante gestión de Pedro Castillo en Perú, el hostigamiento internacional permanente sobre Venezuela y la expectativa por el futuro de los nuevos gobiernos de Petro en Colombia o Boric en Chile, son claros ejemplos de Lawfare.
CFK: Entre la movilización popular y el odio de clases
Las últimas dos semanas en la Argentina fueron de tensión extrema por el intento de proscripción a la actual vicepresidenta por parte de los fiscales Mola y Luciani. Ante el alegato final de éstos, la dos veces presidenta solicitó la posibilidad de ampliar su declaración, lo que fue denegado por la justicia, violando flagrantemente el derecho de defensa que debe ser garantizado hasta el momento final de dictado de sentencia.
Esto provocó que CFK hiciera su descargo vía YouTube, generando una verdadera conmoción que fue tomada de diversas maneras, dependiendo de la posición política/ideológica de quien la escuchara. Sectores opositores, principales interesados en la eliminación política de la vicepresidenta, salieron a apoyar a los fiscales; mientras que sectores identificados con el oficialismo, hicieron su defensa sobre Cristina.
¿Cuál es la verdad entonces? Eso dependerá del sesgo de quien esté leyendo esta nota ahora mismo. Los datos de la realidad indican que a Cristina Fernández la procesaron en más de 12 ocasiones, teniendo más de 500 denuncias en su contra (y contando…) Se le hizo vigilancia ilegal con escuchas telefónicas y seguimiento por parte de servicios de inteligencia; y todo ello apoyado por una descomunal campaña de difamación en medios de comunicación.
Lo actual, sucede en la famosa causa “vialidad” por la que se juzga a CFK por presuntas irregularidades que sucedieron hace más de 15 años, sin embargo, las pruebas incriminan más al ex Presidente Macri que a la propia Cristina al constatarse que fueron empresarios ligados al macrismo quienes tenían esa connivencia con el ex Secretario de Obras Públicas de la Nación.
Desde los alegatos acusatorios de los fiscales, más la réplica de CFK, comenzaron a sucederse diversas manifestaciones populares en todo el país en defensa de la líder, llegando a su punto más álgido el último sábado en su domicilio tras saberse que el alcalde de Ciudad de Buenos Aires habría vallado el domicilio de la vicepresidenta para evitar que las manifestaciones populares de apoyo se siguieran sucediendo allí.
Las manifestaciones fueron pacíficas en todo el país, pero en el domicilio de CFK se terminó por decantar en momentos de represión policial en donde incluso se atacó a diputados y diputadas, funcionarios/as y hasta a personalidades aún más importantes como al propio hijo de Cristina y al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
El discurso de la jefatura de gobierno de Ciudad de Buenos Aires fue netamente xenófobo y aporofóbico, en consonancia con los discursos de odio de las clases sociales y culturales de aquellos que apoyan a la derecha en argentina. El odio de clase vuelve con toda su fuerza, más teniendo en cuenta que el barrio donde se producen estas manifestaciones populares es de clase media-alta.
Los discursos de odio, operados desde los medios de comunicación que operan sobre lo cognitivo de algunos sectores sociales, siempre tienen los mismos argumentos: desconocen los procesos de movilización reales, acusan al kirchnerismo de llevar gente casi a la fuerza, se los identifica con la ignorancia en general y con las clases más bajas; como si eso fuera un argumento invalidante de la posibilidad de movilización.
No nos olvidemos de algo, el “otro” siempre es lo no deseable. En este caso es el pobre, el inmigrante, el iletrado. El otro carece de las libertades del “nosotros”, entonces seguramente no tendrá la posibilidad de decidir libremente si va a una manifestación o no. Para ellos, el “otro” es una militancia rentada y exenta de pasión real. Quizás, también hay algo de sesgo de transferencia allí.
Estos sectores reaccionarios son mayoría en redes sociales a través de ejércitos de cuentas falsas que las grandes empresas se niegan a investigar o desarticular. Eso crea verdad, una verdad que se encuentra apuntalada por los medios de comunicación. El Lawfare tiene su justificación cognitiva.
Intento de Magnicidio producto del odio
La división discursiva en la Argentina, termina creando una escalada de violencia que llegó a su punto cúlmine con el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner el día jueves por la noche al momento de regresar de sus labores en el Senado de la Nación y en ocasión de saludar a las personas que se acercan a su domicilio a manifestar su apoyo
Esa noche, un argentino/brasilero de 35 años, llamado Fernando Andrés Sabag Montiel, se infiltró entre la multitud y sacando una pistola Bersa calibre 40, gatilló dos veces frente a la cabeza de Cristina. El arma tenía cinco balas y por cuestiones casi milagrosas, fallaron los disparos.
Sabag Montiel ya había sido identificado en varios canales como una persona que buscaba los micrófonos de la prensa para destilar su odio a todo el peronismo, luego se supo que tenía distintas denuncias por violencia de género, uso de arma blanca y falsificación de patentes.
A pesar de las manifestaciones de rechazo por parte del arco opositor, el mismo que viene fomentando el odio desde hace años contra CFK, rápidamente intentan instalar que este intento de magnicidio es producto de un “lobo solitario”, un “loquito” decían algunos que nada tiene que ver con ellos.
La justicia determinará si esta persona actuó por motus propio o si había algo organizado previamente, pero lo cierto es que de ninguna manera es un lobo solitario; se trata de una de las tantas personas que son capaces de llegar a límites máximos al momento de manifestar el odio que es permanentemente instalado desde los medios de comunicación y en boca de una buena parte del espectro político opositor de derecha.
Muchas fueron las manifestaciones organizadas por la derecha donde el motivo era casi exclusivamente expresar odio al peronismo y a CFK en particular. Con mucha creatividad, hay que reconocer. Se toman su trabajo para construir maquetas de guillotinas, colgar bolsas mortuorias con la cara de Cristina y otros referentes de los DDHH frente a la casa rosada, exhiben carteles donde impunemente piden la muerte de todos los que no piensan como ellos.
Algunas Conclusiones
La sentencia contra CFK, tal como ella misma lo dice, ya está escrita. Luego hay procesos judiciales de apelación y revisión, pero eso lleva un tiempo suficiente como para evitar que, en las próximas elecciones del 2023, Cristina pueda ser candidata. En un proceso judicial que no guarda ninguna de las formas y cuyas pruebas son prácticamente nulas, es evidente que terminará como el caso de Lula, con la anulación de la sentencia; pero cuando eso suceda, ya habrán pasado las elecciones presidenciales.
Es por eso que los adeptos a CFK salen a la calle, salen a reafirmar su pertenencia política y cultural sobre ideas que son contrapuestas a los discursos del poder real. De nada sirven las pruebas de amistad de los fiscales o jueces para con Mauricio Macri. Lo que en realidad se necesita es disciplinar a cualquier movimiento político que se atreva a desafiar al poder económico, contando para ello con todo el apoyo de las elites internacionales.
El pueblo argentino tiene un historial de lucha casi único en todo Latinoamérica. La aplicación del Lawfare en este país es más complejo que en el resto, porque el ataque a Cristina Fernández es el ataque a un cúmulo simbólico y cultural que es el Peronismo, algo que quisieron eliminar, prohibir, proscribir durante gran parte de la segunda mitad del Siglo XX, pero que siempre vuelve más fuerte que antes.
Pero todo esto, absolutamente todo, está sujeto a valoraciones subjetivas que se encuentran arraigadas en estructuras morales de la sociedad que terminan luchando entre sí para la construcción de la verdad. Es la disputa discursiva sobre significantes a partir de significados distintos y claramente diferenciados.
Así que todo lo que se dice aquí, todo lo que yo pienso, todo lo que usted, lector ocasional, piensa; está supeditado a las disonancias cognitivas del sesgo de confirmación. ¿Está de acuerdo conmigo? Probablemente compartamos sesgo. ¿Está totalmente en desacuerdo? Entonces nuestros sesgos son contrarios.
Ni usted ni yo, tenemos la verdad. Usted y yo, estamos luchando por la hegemonía de la verdad, siempre a través del lenguaje. Y espero que sólo se agote allí.
[1] Nietzsche: “Sobre la mentira y la verdad en sentido extramoral”