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La era del autoritarismo cool de Bukele

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El caso salvadoreño muestra que el orden no solo se impone, también se desea. Entre estadísticas y narrativas, Bukele encarna una nueva forma de poder; lo que supone una incómoda pregunta: ¿y si el autoritarismo sí funciona?

 


Por Zara Guerrero Vergara.

 

 

 

 

La popularidad de Bukele descansa tanto en cifras visibles como en estrategias de control discursivo y manipulación estadística.

 

 

 

 

El éxito del autoritarismo de Bukele en El Salvador

 

Para muchos, El Salvador se ha posicionado como referente en el combate al crimen y la inseguridad en América Latina. En 2024, la tasa de homicidios fue de 1.9 por cada 100 000 habitantes, siendo una de las más bajas de la región.

 

Estos resultados han brindado a Bukele una aprobación del 85% de la población, posicionándose como uno de los líderes más populares del mundo. De esta forma, se ha aplaudido el diseño del sistema penitenciario, las políticas de encarcelamiento, así como la adopción del estado de excepción en el año 2022.

 

No obstante, más allá de las cifras y de la narrativa oficial, persisten realidades que cuestionan la efectividad real de estas políticas y exponen sus altos costos sociales. Comprender el caso salvadoreño requiere ir más allá de preguntar si el autoritarismo funciona en términos de reducción de la violencia.

 

 

También implica explorar posibles factores que expliquen su aceptación social, como la influencia de los medios de comunicación, el desencanto generalizado con la democracia liberal y la forma en que el liderazgo de Bukele canaliza los deseos colectivos de orden y castigo.

 

En este mes, la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó la reelección presidencial indefinida, en un proceso celebrado antes de concluir su votación. La reforma consolida un esquema de poder altamente centralizado, sostenido por un prolongado estado de excepción y por el debilitamiento de los contrapesos institucionales.

 

Aunque la popularidad del presidente Bukele sigue siendo elevada, Freedom House reporta un deterioro sostenido de las libertades civiles y los derechos políticos. El apoyo explícito del gobierno de Donald Trump introduce un factor geopolítico que otorga legitimidad externa a las reformas, al tiempo que organizaciones y voces opositoras denuncian represión, censura y presuntos pactos con estructuras criminales.

 

 

Más allá de las cifras: ¿qué explica la reducción de la violencia?

 

No puede decirse que el triunfo salvadoreño ante la inseguridad sea enteramente el resultado de las medidas represivas, ya que estas no representan una estrategia novedosa en el plan de seguridad contra las pandillas. Los antecesores de Bukele llevaron a la práctica medidas similares como el incremento del ejército en tareas de seguridad pública o la decisión de la Suprema Corte de que las pandillas debían ser consideradas como grupos terroristas en el año 2015.

 

La tasa de homicidios se redujo casi a la mitad al pasar de un promedio de 9.2 asesinatos por día a no más de 5 para julio de 2019. Dicho logro fue atribuido al Plan Territorial practicado en 22 municipios del país, consistente en el incremento de la presencia del ejército y la policía.

 

No obstante, antes de la toma de protesta de Bukele, la tasa de homicidios ya iba en descenso. Aunado a esto, los municipios objetivo del Plan Territorial no presentaron disminuciones superiores a las de otros municipios similarmente afectados por las pandillas.

 

Entre otras causas que pueden explicar la reducción de la violencia en el país, se encuentran las negociaciones entre funcionarios gubernamentales y líderes pandilleros, mismas que fueron denunciadas por gobierno estadounidense y rechazadas por el gobierno salvadoreño.

 

Semejantemente, el alto número de homicidios provenía de los enfrentamientos entre las fuerzas armadas y las pandillas. Desde que Bukele tomó el cargo se presentó una reducción en dichos ataques los cuales también han sido menos letales, lo que apoya la idea de un pacto de no agresión entre las autoridades y las pandillas.

 

Bukele
El éxito de Bukele contra las maras, un riesgo para la democracia en Latinoamérica. | Imagen: EOM.

 

Igualmente, el gobierno de El Salvador ha incurrido en realizar un subconteo de los homicidios. En mayo de 2021, la Mesa Técnica encargada de tabular los homicidios comenzó a excluir de sus recuentos el descubrimiento de fosas clandestinas. Posteriormente, en 2022, se dejó de contabilizar a las personas fallecidas en enfrentamientos con la policía o el ejército. Por último, otro de los cambios en el conteo de homicidios fue la omisión de los asesinatos que ocurren dentro de las prisiones.

 

Por todo lo anterior, se puede concluir que la disminución en la tasa de homicidios es multifactorial. Asimismo, resulta necesario cuestionar la efectividad a largo plazo de las políticas de “mano dura” y si estas atacan las causas estructurales de la violencia.

 

Si bien se creó la Unidad de Reconstrucción del Tejido Social, estas medidas han quedado en segundo plano, por lo que la incorporación de acciones a largo plazo como la participación comunitaria y la rehabilitación sigue siendo un reto pendiente para Bukele y su gobierno.

 

 

Manufactura del consentimiento: el papel de los medios y la narrativa

 

La población salvadoreña no sólo muestra altas tasas de aprobación hacia el actual gobierno, sino que también ha incrementado su percepción de seguridad: el 88% de los salvadoreños se sienten seguros al caminar por la noche, a pesar de las detenciones arbitrarias ocurridas tras la introducción del estado de excepción.

 

Por ende, para comprender la legitimación del modelo de Bukele, puede resultar útil la inclusión del concepto de manufactura del consentimiento desarrollado por Noam Chomsky y Edward S. Herman, que analiza la influencia de los medios de comunicación en la opinión pública y en la construcción de un consenso social.

 

Bukele ha logrado ganarse la aprobación de la ciudadanía a través de una estrategia comunicacional que articula el uso intensivo de redes sociales con la alineación de buena parte de los medios tradicionales. En plataformas como X, el presidente proyecta una imagen de eficiencia, juventud y cercanía, eludiendo intermediarios y deslegitimando cualquier voz crítica.

 

Paralelamente, diversos medios televisivos y radiales repiten, sin cuestionamiento, los discursos oficiales y amplifican los éxitos gubernamentales, mientras minimizan o ignoran los abusos de poder. Esta convergencia mediática produce una narrativa hegemónica que presenta el autoritarismo como un orden natural y necesario.

 

 

El descontento con la democracia liberal

 

De igual manera, es posible ubicar la aceptación del modelo salvadoreño dentro de un fenómeno más amplio: la crisis de la democracia liberal. En años recientes, las instituciones democráticas han sido asociadas por amplios sectores de la población con corrupción, ineficiencia y desigualdad.

 

En muchos países latinoamericanos, las promesas de desarrollo, seguridad y justicia social no se han cumplido, generando un profundo desencanto con los partidos tradicionales y los sistemas representativos. Este vacío ha sido aprovechado por figuras como Bukele, que se presentan como alternativas disruptivas, independientes de las élites y capaces de “hacer lo que nadie se atrevía”. En ese contexto, el autoritarismo no aparece como imposición, sino como respuesta a una demanda.

 

El Salvador
Según Human Right Watch, policías de El Salvador reconocieron detenciones arbitrarias basadas en una política de cuotas y evidencia fabricada. | Fuente: HRW.

 

Por ello, aun cuando organizaciones como Amnistía Internacional condenan el estado de excepción, las violaciones a los derechos humanos y las detenciones sin debido proceso, resulta complicado que estas denuncias resuenen en una población que ha sido históricamente abandonada por la institucionalidad democrática.

 

Para quienes vivieron bajo el dominio de las pandillas, el orden impuesto por Bukele puede percibirse como una forma de justicia. Así, el desprestigio acumulado de los mecanismos liberales facilita que se justifiquen medidas autoritarias en nombre de la eficacia, incluso si eso implica sacrificar derechos fundamentales. Por ende, la democracia liberal se convierte en una promesa abstracta, mientras que el autoritarismo se presenta como una alternativa capaz de brindar resultados.

 

 

El deseo de autoridad: una lectura desde Bataille

 

Georges Bataille, en La estructura psicológica del fascismo, plantea que el fascismo no debe entenderse únicamente como un régimen político autoritario, sino como el resultado de tensiones profundas entre dos órdenes sociales (el homogéneo y el heterogéneo).

 

El primero representa la estabilidad, la producción y la utilidad, mientras que el segundo personifica el exceso y el gasto improductivo. El fascismo captura y reorienta lo heterogéneo: su fuerza reside en canalizar el exceso visto como el miedo, la rabia, el resentimiento o incluso el goce de la violencia hacia un proyecto de unidad nacional.

 

En este marco, el liderazgo de Bukele puede entenderse como la administración del exceso social. Si bien se presenta como restaurador del orden, lo que pertenece al orden social homogéneo, su poder emana de haber sido capaz de dirigir las fuerzas heterogéneas del país.

 

Así, la celebración del estado de excepción, la admiración hacia el sistema penitenciario y las formas de castigo muestran que las masas no solo aceptan la autoridad, sino que la desean como forma de catarsis política.

 

 

Entre el éxito material y el deseo de orden

 

El caso salvadoreño demuestra que el autoritarismo puede construir una imagen de éxito, sostenida en parte por resultados visibles, pero también por estrategias de control discursivo, manipulación estadística y captación del deseo social. No se trata únicamente de un modelo eficaz, sino de un fenómeno que opera tanto en el plano material como en el simbólico.

 

El orden no solo se impone, se representa; no solo se teme, también se desea. Frente al descrédito de las instituciones democráticas, el modelo de Bukele se presenta como solución, aunque en realidad no resuelva las causas estructurales de la violencia ni garantice justicia duradera.

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