Triunfo del rechazo en Chile, ¿una oportunidad para la derecha?
Pese al contundente rechazo a la nueva constitución propuesta por la Convención Constituyente de Chile, un 76% de los chilenos se manifestó a favor de que el país tenga una nueva Constitución que reemplace a la actual. | Foto: Jonnathan Oyarzun/Aton Chile.
Por José María Jarry
La “guerra frontal” que la derecha nacional y regional está librando contra los momentos políticos de apertura y participación popular dan cuenta de una organización con una demostrada vocación antidemocrática.
La derecha chilena post 4S
El pasado domingo 4 de septiembre Chile decidió en las urnas rechazar la propuesta de Nueva Constitución redactada por la Convención Constitucional.
Con un contundente 61,86% de las preferencias, la opción Rechazo se impuso con holgura ante un 38,14% que obtuvo la opción Apruebo. Al resultado apabullante hay que añadir el “tsunami electoral” que significó un 85,8% de participación (13.021.063 personas), siendo la segunda elección con mayor participación después de las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1989 donde concurrieron un 86,8% de las personas habilitadas para sufragar.
Estas cifras no tienen parangón en una elección del país, donde la restitución del voto obligatorio -que llegó para quedarse- movilizó a más de 13 millones de personas.
Pasadas algunas semanas de la derrota, las lecturas sobre el resultado son variadas.
Un sector no menor asimila esta contienda electoral como una disputa entre izquierda y derecha, otros como un fenómeno de “la gente versus la élite política”, mientras que miles de votantes del Rechazo sencillamente argumentan su voto en ideas más bien dispersas -basadas o no en la realidad- respecto al texto que, o no convenció o generó preocupaciones respecto de temas como la propiedad, la plurinacionalidad, los fondos de pensiones, el sistema político, temas como los derechos reproductivos y relacionados con los símbolos patrios.
Muchas de estas preocupaciones, si bien legítimas, se sustentaron en una campaña de fake news que si bien no fueron el factor decisivo, desbordaron las redes sociales durante el trabajo de la Convención Constitucional, arreciando con mayor fuerza durante los meses de campaña.
Aunque lo propio también hicieron partidarios del Apruebo con un criticado exceso de performatividad, una lectura errada del momento político y, por sobre todo, una percepción más o menos generalizada de las personas a la relativización de las tradiciones y valores chilenos por parte de la izquierda progresista, lo que generó reactividad en el votante que vio en estos gestos una amenaza a su forma de vida y sus creencias.
Es por esto que el triunfo del Rechazo no puede leerse exclusivamente como el triunfo de las derechas, sino más bien a la articulación de sentimientos, afectos y temores que emanan de diversas clases y territorialidades.
Aunque a este sector le gustaría, el Rechazo no les pertenece del todo; la opción ganadora del plebiscito constitucional en Chile obedece más a un fenómeno líquido que a un “premio” a las fuerzas conservadoras que quieren mantener la Constitución de 1980.
Sobre todo cuando el proceso constituyente en Chile está lejos de haber terminado, habiendo actualmente reuniones de todos los partidos políticos con representación parlamentaria (excepto el Partido Republicano, partido de derecha radical liderado por el ex candidato presidencial José Antonio Kast) para continuar con el itinerario y definir mecanismos para su implementación, por lo que la mantención de la Constitución que rige actualmente el país es un objetivo que sectores del Rechazo apoyan febrilmente, mas no tiene asidero político ni apoyo en la opinión pública.
Esto teniendo en cuenta que, según encuestas nacionales, y pese al resultado del plebiscito, un 76% de los chilenos se manifestó a favor de que Chile tenga una nueva Constitución que reemplace a la actual, lo cual es un escenario adverso para la derecha radical que quiere mantener y profundizar el legado de Pinochet.
Un Frankenstein
Pero detengámonos un momento. Si pusiéramos al Rechazo en una mesa de disección, podríamos ver que es un verdadero Frankenstein que tenía como único pegamento la oposición a la propuesta constitucional , y esto significa una gran dificultad para quienes quieran que este triunfo les permita llevar agua a su molino.
Sin embargo este atributo fue lo que muy probablemente les hizo ganar la elección; mientras que el Apruebo agrupaba desde la centro-izquierda, pasando por los partidos de gobierno y llegando a las fronteras de un ala radical de izquierda.
El Rechazo logró unir desde la centro izquierda decepcionada de su sector, la coalición de partidos de oposición Chile Vamos, el mundo conservador, una gran masa de la ciudadanía molesta por la política y la derecha más dura pro-Pinochet junto a movimientos filofascistas que comenzaron a ganar visibilidad en Chile desde el 2020.
Son precisamente estos dos últimos grupos los que han tomado con más fuerza el triunfo del Rechazo como suyo, y han comenzado una violenta ofensiva transversal contra todos los sectores políticos que impulsen la necesidad de definir un camino para que Chile tenga una nueva Constitución.
Es por esto que los sectores más moderados y socialdemócratas que se abanderaron con el Rechazo han quedado completamente offside de la discusión, en un estado de completo estupor frente al avance de discursos sacados directamente del manual del trumpismo y la ultraderecha europea.
Queda evidenciado entonces que la tesis de un Rechazo unido, aprovechando el impulso del triunfo, no es más que -en palabras de la poetisa Gabriela Mistral- una mistificación política, dado a que el quiebre de ese proyecto estaba irónicamente sellado en su victoria electoral.
Una unión con proyecto a largo plazo entre pinochetistas, liberales, socialdemócratas y partidos de derecha tradicional es una quimera que contrasta con la desarticulación y desorden que hoy existe en estos sectores.
La derecha se encuentra entre generar espacios de articulación y trabajo con sus colegas en el congreso, o bien usar su histórico poder de veto para dilatar las conversaciones, golpear la mesa y amenazar con bajarse del acuerdo.
Pareciera que ante esa disyuntiva se ha decidido por una verdadera “carga banzai” en cuya vanguardia están los representantes actuales de los años más oscuros de la historia reciente de Chile.
Guerra de posiciones e itinerario constitucional
El país vive, en palabras del filósofo Antonio Gramsci, un interregno donde la ventana de oportunidad en la disputa por la hegemonía es tan angosta como decisiva.
Si bien hoy la derecha institucional tiene el poder de veto y posibilidad de condicionar acuerdos respecto del itinerario constitucional, no tiene el apoyo total de la ciudadanía.
Ganado el plebiscito, los partidos de Chile Vamos (coalición integrada por partidos de la derecha tradicional) se comprometieron a continuar con el proceso y si bien al principio cumplieron lo pactado, asistiendo a las reuniones con el Ejecutivo, durante los últimos días renunciaron a concurrir a reunirse con el Gobierno del Presidente Gabriel Boric, lo que genera un manto de dudas sobre si efectivamente cumplirán lo acordado.
Esto refleja también la encuesta hecha por el Estudio Data Influye, donde el 50% de las personas encuestadas cree que Chile Vamos no cumplirá con compromisos para continuar el proceso constituyente.
Fuera de las paredes del Congreso la situación se torna cada vez más intrincada. Los partidos de derecha, sabiéndose con la hegemonía en el Congreso, pero carentes de bases militantes y vacíos de una mística -más allá del “ganamos”- que les permita convocar, han oxigenado a los peores fantasmas de la historia nacional para liderar un ataque frontal contra el desarrollo constitucional en las calles y redes sociales.
Es en este escenario donde surgen con fuerza grupos de ultraderecha como el “Team Patriota”, liderado por un ex barrabrava condenado por homicidio y con fuertes vínculos con el pinochetismo quien organiza grupos de choque cuyo objetivo es detener una nueva constituyente y mantener vigente la constitución actual.
Es en este contexto que han hecho violentos hostigamientos a figuras políticas tanto en redes sociales como en la calle para que den pie atrás con las negociaciones, además de articularse con mucha eficiencia en espacios virtuales como Twitter y TikTok, donde miembros de este grupo han compartido cómo hacer explosivos caseros, proferido diversas amenazas y organizando sus manifestaciones callejeras y despliegues digitales.
Anclados en un lenguaje de “soberanía nacional y defensa de la democracia” grupos como el Team Patriota son la punta de lanza de los sectores más reaccionarios que quieren detener a como dé lugar cualquier avance democrático en Chile.
El avance de estos grupos no es un accidente, sino que bien obedece a un fenómeno global que tiene expresiones en la elección de Giorgia Meloni en Italia y por nuestra región el intento de asesinato de la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, el ascenso de la derecha populista de Bukele y el recrudecimiento de las políticas de Jair Bolsonaro a semanas de una elección que podría cambiar el tablero político de Brasil.
Frente a este fenómeno, Chile no se queda atrás, dado que 100 diputadas y diputados recibieron en sus correos electrónicos amenazas de muerte si continuaban con el itinerario constituyente.
La “guerra frontal” que la derecha nacional y regional está librando contra los momentos políticos de apertura y participación popular dan cuenta de una organización con una demostrada vocación antidemocrática.
Ante los problemas que nuestras democracias puedan suscitar y las legítimas respuestas de la gente, la solución jamás estará en la reacción autoritaria, sino que en profundizar la democracia y abrirla a la ciudadanía.
Hoy, la derecha mainstream chilena tiene la pelota en su lado de la cancha para darle al país un proceso constituyente que respete la voluntad democrática que la gente exige. La pregunta que queda abierta es si están dispuestos a hacerlo.