Invasión de Rusia a Ucrania: Realismo Político y Teoría de los Juegos
La guerra en Ucrania abre diversos debates en las Relaciones Internacionales y la Geopolítica que nos obligan a revisar paradigmas, prácticas e instituciones que se muestran cada vez más anacrónicas para enfrentar las crisis del siglo XXI. | Imagen: El País.
Por Fernando Ortiz Sosa
En la situación entre Ucrania y Rusia no hay ángeles y demonios. Sólo hay víctimas y victimarios dentro de un complejo entramado geopolítico que debe ser analizado desde el realismo político.
El origen del conflicto
Desde la caída del muro de Berlín, el mundo bipolar signado por la Guerra Fría, cambia de manera inexorable, pero no con un carácter permanente. Desde los discursos occidentalistas-capitalistas, se hablaba de un triunfo de un sistema económico y cultural por sobre otro sistema que sufría un desgaste cada vez mayor hasta que termina de implosionar por sí mismo con la desintegración de la Unión Soviética. Francis Fukuyama lo llamaba El fin de la Historia, donde luego de la derrota del fascismo en la II Guerra Mundial y del Comunismo, se demostraba que el sistema liberal-capitalista era insuperable y que ya no habría rivales para la democracia liberal.
La conformación de Repúblicas que anteriormente eran parte de la URSS, configura un nuevo escenario geopolítico internacional que plantaría una nueva semilla de inestabilidad que lentamente germinaría durante las siguientes tres décadas. Entre estos nuevos estados, se encuentra Ucrania, que, desde su independencia en el año 1992, se viene debatiendo entre dos dinámicas políticas y culturales: la europea o la rusa.
El origen de la actual crisis en Ucrania, tiene mucho que ver con esto y se desató cuando el presidente Yanukovich comenzó un acercamiento económico con la Unión Europea, lo que le valió fuertes presiones por parte de Rusia que terminaron con la suspensión de cualquier diálogo con la UE, generando manifestaciones masivas en la plaza de Kiev que rápidamente se extenderían hacia todo el país. A principios de 2014 se produce lo que se dio a llamar el jueves negro, donde por la violencia de las manifestaciones morirían más de 60 personas, llevando a la destitución del gobierno constitucional ucraniano, subiendo al poder un gobierno de facto pro-occidental.
Desde su llegada al poder, el nuevo gobierno sanciona leyes que servirían para perseguir a la población pro-rusa, lo que despertaría una nueva oleada de protestas, esta vez en la península de Crimea como principal foco, donde la mayoría de la población tiene raíces rusas. Las protestas decantarían en la conformación de distintas milicias que movilizaban y fomentaban una separación de Ucrania, tomando, a su vez, sedes gubernamentales y la militarización de la ciudad. Esto culminaría con un referéndum donde acuerdan la separación de Ucrania y la anexión a Rusia con una abrumadora victoria, no reconocida por la comunidad internacional pero sí por Rusia, que inmediatamente envía tropas con la excusa de proteger a sus ciudadanos.
En respuesta a la anexión de Crimea por parte de Rusia, la UE y EE.UU, conjuntamente con el G7 y G8, aprueban paquetes de sanciones económicas contra el gobierno de Putin, incrementando a su vez la ayuda económica a Ucrania. Con el correr de los años, las tensiones fueron en aumento, sobre todo en la región oriental del Donbass, más precisamente en las provincias de Lugansk y Donetsk; también de mayoría pro rusa, que buscan replicar lo realizado por Crimea, recrudeciendo enfrentamientos y llevándose adelante, según denuncian los separatistas, una verdadera limpieza ética por parte del gobierno ucraniano, con miles de muertos.
No es un conflicto ideológico ni étnico: es realismo puro
El conflicto armado actual, poco tiene que ver, en realidad, con cuestiones ideológicas o étnicas. Desde la propaganda de guerra, tanto occidental o rusa, se intenta poner en escena distintos apelativos que justifican los accionares de uno u otro bando en disputa. Vladimir Putin acusa al gobierno de Zelenski de drogadicto y fascista, por otro lado, también pone su justificativo en la limpieza étnica del Donbás. Del otro lado, se acusa al presidente ruso de querer resucitar a la Unión Soviética o bien de no respetar la autodeterminación ucraniana.
Pero eso no es el foco del conflicto. Eso no quiere decir que Rusia no sea una potencia invasora, tampoco significa que EE.UU se caracterice por respetar la soberanía de otras naciones, algo que está por demás probado a lo largo de la historia reciente. Tampoco es para negar la situación en el Donbás, donde realmente se llevó adelante una masacre en contra de un pueblo, ni tampoco renegaremos de la idea de que hay grupos nazi-fascistas en el gobierno ucraniano. No hay ángeles y demonios, sólo hay víctimas y victimarios dentro de un complejo entramado geopolítico que debe verse desde el realismo clásico.
La teoría realista, dentro de las Relaciones Internacionales, pone su foco en tres principales postulados:
1) El Estado es un actor racional y unitario, principal unidad de análisis.
2) La problemática de estudio está centrada en la Seguridad Nacional y la supervivencia del Estado dentro de un ambiente hostil; y
3) El mundo es un sistema anárquico con constante conflicto.
A esto le podríamos agregar que, en relaciones internacionales, siempre han primado los juegos de suma cero. Como manifiesta Pedro Isern, estos juegos se imponen como una expresión predominante, ya que presuponen conflicto, lucha por el poder entre actores que poseen el monopolio de la fuerza y que han actuado y actúan en un escenario global donde prima la anarquía. Esto genera incentivos para asumir que los actores se involucrarán en algún momento y de alguna manera, en juegos de suma cero. La ganancia de un Estado, significa la pérdida de otro.
En definitiva, las estrategias de supervivencia de un Estado, se basan en la acumulación de poder, la formación de alianzas que coadyuven a esa supervivencia y que, a su vez, ayude a enfrentar cualquier amenaza al equilibrio establecido. Esto es denominado política de poder y es un juego de suma cero. Es por ello que cuando un Estado acumula energía, provoca la inseguridad de otros y los anima a hacer lo mismo. Al no tener el mundo una estructura de autoridad global (con monopolio de la violencia) capaz de garantizar la seguridad de los Estados, se provoca un dilema de seguridad permanente y la competencia por la seguridad pasa a formar parte del orden natural de las cosas.
El realismo en el conflicto actual: los intereses de Rusia en juego
Desde el golpe de Estado en Ucrania y su acercamiento hacia occidente, sea para formar parte de la Unión Europea o bien su postulación para ser miembro pleno de la OTAN; Rusia se siente amenazada. Siguiendo un poco lo proyectado alguna vez por Halfor Makinder, Ucrania es un Pivote Geográfico de la Historia. Si bien esta teoría tiene más de cien años y ya no es taxativamente aplicable, todavía pueden rescatarse algunos conceptos para aplicarse a este caso en particular.
Existen estados que destacan por su importancia, no en el plano económico o militar, sino más bien de una situación geográfica sensible. Lo fue el actual Afganistán durante muchos siglos, puede considerarse un pivote geográfico al Uruguay también. El caso de Ucrania, no es muy distinto. A menudo, estos pivotes geopolíticos están determinados por su geografía, pueden actuar como escudo defensivo de un Estado o Región, o bien, su mera existencia puede traer consecuencias políticas, culturales y sociales muy significativas en una región.
Los actores internacionales más relevantes, en su afán de extender sus áreas de influencias y la acumulación de poder, suelen usar estos pivotes para proyectar sus intereses e influenciar zonas. Y allí reside la importancia de Ucrania, incluso por sobre algunas otras ex Repúblicas Soviéticas como Letonia, Estonia o Lituania. La ubicación geográfica ucraniana hace al país muy permeable a la lucha de poder e intereses de los dos bloques en pugna.
El avance de la OTAN hacia el este, incluso desoyendo las convenciones que se dieron posteriormente a la desintegración de la URSS, pone a Rusia en una situación vulnerable en cuanto a la defensa de su integridad territorial. La ubicación estratégica de ucrania, permite que Rusia, bien tenga un pie dentro de Europa o bien quede afuera y sólo circunscriba su área de influencia en regiones asiáticas. A su vez, la importancia de la salida marítima al mar negro es de vital importancia para el comercio exterior ruso, dándole presencia sobre rutas vitales de conexión entre la UE con Asia, el Cáucaso del Sur, el Mar Caspio y la conexión con el Mediterráneo y Oriente Medio. Es por ello que el Mar Negro es de máxima importancia para Rusia ya que aseguraría rutas comerciales de aguas cálidas, a diferencia de las salidas que tiene en el norte de su país.
Otro tema de gran preocupación para Rusia, fue lo que adelantamos más arriba sobre la expansión de la OTAN hacia el este. Desde los eventos ocurridos en 2014, la posibilidad de la entrada de Ucrania a la alianza defensiva occidental, pone en riesgo la seguridad nacional rusa, al existir la posibilidad de la instalación de bases militares estadounidenses a pocos minutos de Moscú, dando, incluso un menor margen de reacción ante un eventual ataque nuclear por la cercanía de los misiles.
La posición geográfica de Ucrania repercute también en las exportaciones rusas. El 50% de los ingresos fiscales rusos proviene de sus exportaciones de gas y petróleo y el 70% de esas exportaciones pasan por el gasoducto que traspasa el territorio ucraniano, más aún cuando se supo que Alemania suspendió el inicio de operación del Nord Stream 2 desde el mar del norte.
El control de estos gasoductos, no sólo le asegura a Rusia el ingreso de divisas por exportación, sino que también les permite tener una importante influencia económica en Centro Europa, ya que el 40% del gas que recibe el viejo continente llega por el Nord Stream 1.
Para los EE.UU, a su vez, Ucrania también es un pivote geográfico. El control político y social del país, le permitirá ejercer un control sobre el ascenso ruso y limitar su área de influencia como potencia mundial. Las sanciones sobre Moscú del 2014, también fueron una estrategia para aislar a Rusia y recortar su poder, algo que es de suma importancia en el juego estratégico, geopolítico y de maximización de ganancias. EE.UU, a través de la OTAN viene gestionando desde hace tres décadas el avance sobre regiones de Eurasia para aumentar su área de influencia y contener a los ex soviéticos.
El desgaste de las instituciones tradicionales
Con la finalización de la segunda guerra mundial comenzaron a emerger distintas organizaciones multilaterales con la finalidad de dar un marco normativo y estabilidad a un planeta que había sido desvastado por la guerra. Nace la Organización de Naciones Unidas como un garante del diálogo entre todos los países.
Poco tiempo pasó para demostrar que la existencia de la ONU sólo tenía un valor testimonial en el tablero geopolítico. Las ilusiones del idealismo internacional quedaron sepultadas con la guerra fría y la creación, por un lado, de la Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia, por el otro; configurándose un mundo bipolar en constante tensión y con guerras indirectas entre las dos principales potencias (Corea, Vietnam, Afganistán)
Con los últimos acontecimientos, y debido al poder que ejerce EE.UU y Gran Bretaña sobre el resto de los miembros de la OTAN, desde Alemania y Francia se comienza a hablar de conformar un bloque de defensa europeo continental para poder bregar por los intereses de la región y no ser actores de reparto en las pujas por el poder mundial. Europa hoy depende mucho, no sólo del gas y el petróleo ruso, sino también del intercambio comercial con el gigante chino; y no estaría viendo con buenos ojos las imposiciones estadounidenses al respecto.
El Brexit también hizo tambalear otra institución, como lo es la Unión Europea, que hoy es dominada casi enteramente por el poderío industrial alemán, bajo la sumisa mirada de otros países dependientes de ello como España, Francia o Italia.
A su vez, este conflicto vuelve a poner en tela de juicio la efectividad de la ONU que desde hace rato es apenas un atril de discursos sesgados y donde el destino del mundo se encuentra supeditado a que algunas de las potencias con derecho a veto estén todas de acuerdo.
Cuestiones de seguridad nacional y regional, comercio equitativo norte-sur, la necesidad de establecer políticas ambientales serias que mitiguen los efectos del calentamiento global y la depredación de recursos, la ineficacia para el desarrollo que significa el Banco Mundial o bien limitar el poder de policía mundial que tiene el FMI sobre el desarrollo de los pueblos. Todos ellos son objetivos que vienen postergados desde hace décadas.
Todas estas instituciones se muestran obsoletas hoy para enfrentar las distintas crisis mundiales, siendo apenas meros espectadores ante el juego de poder de las potencias en búsqueda permanente de hegemonía.
Algunas conclusiones apresuradas sobre Rusia
Las valoraciones morales sólo pueden ser esgrimidas por individuos o grupos de individuos y según sus estructuras de valores. Es imposible pedirle a un Estado que actúe sobre valores morales que son tan cambiantes y que dependen de contestos regionales y temporales.
La invasión rusa a Ucrania no responde a un conflicto moral o ético. No es una lucha comunismo/liberalismo, democracia/dictadura, izquierda/derecha. Si vamos al caso, Rusia acusa de nazis al gobierno ucraniano, cuando Vladimir Putin tiene partidos de extrema derecha apoyándolo en la Duma. Asimismo, la defensa de la democracia y la autodeterminación que proclama EE.UU y sus aliados de la OTAN son también testimoniales, sino hay algunos países como Libia, Siria, Irak, Afganistán, entre otros que pueden asegurar ello.
Las imágenes que nos llegan a través de los medios de comunicación y las redes sociales, también están cargadas de intencionalidad. Desde Fake News mostrando imágenes de otras guerras en otras regiones, hasta una direccionalidad intencional de la información. Todo ello para generar una reacción emocional en el receptor que ayude a apoyar o condenar una u otra posición dentro del conflicto.
El realismo, lamentablemente, viene ganándole por goleada el partido al idealismo que originalmente planificó instituciones que aseguren la paz y el diálogo entre las naciones. Mientras existan los Estados Nacionales sin ningún organismo con monopolio de la fuerza por arriba, seguirá primando la desconfianza y la paranoia en el escenario internacional.
La seguridad del estado está muy por encima de consideraciones morales, que apenas quedarán para un análisis fronteras adentro de cada uno de los países. La realidad (o el realismo) nos indica que Rusia se siente amenazada desde la caída de la URSS en su zona de influencia por parte de la OTAN y, más allá de la existencia de represión o limpieza étnica en Ucrania, el gobierno de Vladimir Putin no permitirá la instalación de bases militares en sus patios traseros; tal como ya lo demostró EE.UU cuando tuvieron en vilo al mundo y al borde de una guerra nuclear, por la instalación de misiles en Cuba a mediados del siglo pasado.
Este conflicto demostró nuevamente el fracaso de la diplomacia y del idealismo político, demostrando la misma ser un fiasco toda vez que sus instituciones son apenas declamativas de buenas intenciones sin el poder real de influir sobre los actores. Ucrania es un pivote geográfico más en un escenario mundial que necesita entender que la multipolaridad es necesaria, que el equilibrio de poder muchas veces será por la fuerza y que, para evitar un desastre de magnitudes globales, necesita de instituciones fuertes que den cuenta de los nuevos tiempos.